- 01. Naturalezas idealizadas. Siglos XVII y XVIII
- 02. Paisaje norteamericano del siglo XIX
- 03. Entre el romanticismo y el realismo: el paisaje español
- 04. La renovación del paisaje en Francia
- 05. La herencia del impresionismo
Paraísos y paisajes en la Colección Carmen Thyssen de Brueghel a Gauguin
31 de marzo - 7 de octubre de 2012Campo de trigo, 1879
Óleo sobre lienzo, 50,5 x 61 cm CTB.1961.11Al igual que su amigo Monet, Renoir consideraba que su verdadero estudio de pintor era la naturaleza y que la pintura al aire libre era la piedra angular del impresionismo. A lo largo de su vida realizó espléndidos paisajes, hallando en este género una gran libertad de inspiración y un especial deleite. La mayoría de estas vistas no iban destinadas a exposiciones ni respondían a encargo alguno. Lo que el artista pretendía era sencillamente captar la fulgurante belleza de la luz, la animada masa de la vegetación que se tiñe con todos los matices de la paleta, las aterciopeladas lejanías y los nacarados cielos. Quería trasladar al lienzo las sensaciones atmosféricas más inmateriales, pintar la belleza del aire y nada más.
La técnica impresionista, que consistía en cubrir rápidamente el lienzo con pinceladas de color, le resultaba idónea para pintar paisajes al aire libre y para plasmar las impresiones efímeras de los fenómenos atmosféricos. Renoir utilizaba colores muy diluidos, que denominaba «jugos», con el fin de captar el panorama en grandes volúmenes, claros y oscuros, haciendo caso omiso de los detalles descriptivos. Esta capa fina y fluida, que dejaba entrever parcialmente el fondo blanco de la imprimación, constituía la base sobre la que el artista trabajaba el cuadro, aplicando toques de colores más vivos. «Poco a poco, las pinceladas rosas o azules, y luego tierra de Siena, se iban mezclando en perfecto equilibrio», cuenta Jean Renoir en Souvenirs, libro que trata sobre su padre. «[...] Al final, de la niebla surgía [...] el paisaje, casi como habría surgido de una placa fotográfica inmersa en el baño revelador.» El trigal, que ocupa la mitad de la superficie de este lienzo, está tratado como una masa desenfocada, puntuada en varios lugares con toques de un blanco rosado que indican las espigas y con otros rojos y verdes. Un grupo de árboles da peso a la composición por la izquierda, mientras que los campos que quedan en sombra en último término abren la perspectiva en profundidad. Por un efecto de distorsión visual, los árboles de la loma se funden con el follaje de los que están plantados a orillas del trigal, trazando una línea horizontal casi continua que marca el límite con el cielo. Éste, coloreado con una gama pálida y delicada, sugiere un tiempo algo inestable.
Renoir pintó probablemente este trigal al aire libre, en los alrededores de Wargemont cerca de Dieppe, en Normandía, donde el artista veraneó en 1879 en la finca de los Bérard. Existe un paisaje de la misma época, muy próximo en cuanto a estilo y paleta, titulado Paisaje de Wargemont, en el que se observan las mismas pinceladas arrastradas que puntúan la composición con colores vivos. De estos paisajes pintados en un momento en el que Renoir tenía cada vez más éxito y se veía obligado a realizar múltiples encargos de retratos, emana una gran serenidad. En ellos, la naturaleza se muestra bajo su aspecto más sencillo y bucólico: un trigal ya maduro, suavemente agitado por la brisa marina. Ningún detalle pintoresco, ninguna anécdota, perturban la majestuosidad del panorama.
Isabelle Cahn