Baile en un interior
Joaquín Domínguez Bécquer

Baile en un interior

1841
  • Óleo sobre lienzo

    69 x 47 cm

    CTB.1995.39

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

Compañero del lienzo que representa una Cita de paseo (p. *), este tipo de pequeñas escenas populares, pintadas y vendidas casi siempre por parejas, en principio no tienen necesariamente que guardar relación argumental alguna, aunque en este caso pudiera intuirse una posible secuencia narrativa entre ambas.

En efecto, si en el cuadro compañero una pareja de majos citaba por señas a dos mozas para verse después, ésta podría ser la secuencia posterior, en la que, libres ya de la presencia incómoda y vigilante de la huraña dueña, los jóvenes se divierten bailando en el interior de una taberna o venta, concurrida por numeroso gentío. Una de las parejas está de pie, castañuelas en mano, comenzando a ejecutar pausadamente los primeros pasos de su baile, mientras los demás se agrupan en torno a ellos, aunque la mayoría están distraídos en amena conversación.

En esta pintura se hace aún más evidente la importancia que Bécquer concede al desarrollo escenográfico de las arquitecturas en que ambienta sus escenas, en este caso de muros desnudos y techumbres altas, que no permiten distinguir claramente la naturaleza del local, y que subrayan la verticalidad de la composición, enmarcando las figuras en un espacio de gran amplitud, al contrario que en el lienzo compañero. Por lo demás, en ambas pinturas demuestra la evidente influencia de las pintorescas escenas andaluzas de idéntico formato pintadas por su primo José Domínguez Bécquer (1805-1841), de características formales muy semejantes, ya que incluso ambos artistas llegaron a pintar cuadros a medias, para satisfacer a la numerosa clientela –generalmente extranjera– que demandaba con avidez este tipo de obras por su tipismo folclórico, apreciado en especial por los viajeros ingleses que visitaron Sevilla en las décadas centrales del siglo XIX.

Por otra parte, el pintor demuestra igualmente su habilidad en el manejo de la luz que penetra por el ventanal lateral, marcando bruscos contraluces, que rasgan la penumbra del interior del local para destacar claramente la figura de la joven bailarina y la mujer que la contempla sentada en primer término –seguramente su acompañante del otro cuadro–, recortando con gran efectismo la silueta del mozo que se acoda en la pilastra del fondo, encaramado para contemplar mejor el baile.

José Luis Díez