Mujeres en el jardín
Cecilio Pla y Gallardo

Mujeres en el jardín

c. 1910
  • Óleo sobre lienzo

    42,1 x 66,4 cm

    CTB.1997.93

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

Hacia 1900 Cecilio Pla se orienta hacia una pintura luminista y amable, que tiene entre los artistas valencianos a sus principales impulsores o divulgadores, sobre todo a raíz de la irrupción de Sorolla y su reconocimiento internacional. El luminismo terminará por identificarse como una de las características más definitorias de la nueva pintura valenciana, y como una de sus vías hacia el regionalismo artístico. Fortuny, Rosales, los impresionistas e incluso los artistas del norte de Europa o los italianos, tuvieron un peso notable en este grupo de pintores intensamente obsesionados por la luz, y cuyo vitalismo y sensualidad se suele contraponer a la visión más sombría y gris de otros artistas españoles. Sin embargo, el concepto de pintura, el sentido del color y de la luz de Cecilio Pla, sería erróneo verlos exclusivamente como manifestación de la escuela valenciana, ya que Pla se trasladó muy joven a Madrid y en todo caso esa conexión o magisterio valenciano lo mantiene a través de su maestro y amigo Emilio Sala, pintor en realidad de orientación bastante cosmopolita, al que no supera como retratista; se trata por tanto de una actitud compartida que encontró entre los pintores mediterráneos a sus máximos defensores. En obras de asunto social como Las doce, de 1891 (Museo del Prado), Pla introduce una intensa luz de mediodía que deslumbra desde el fondo de la composición, si bien la escena principal transcurre en el plano de sombra. Por esos años finales del XIX los paisajes que realizaba eran principalmente del norte de España, sobre todo de Asturias, donde visitó en frecuentes ocasiones a su amigo Casto Plasencia. No obstante estos antecedentes, los efectos y presencia de la luz solar cobran mayor protagonismo en sus obras a partir de 1900 y en concreto de 1910 que es cuando parece que se acentúa el luminismo en sus paisajes, sobre todo en las dinámicas y vibrantes escenas de las playas valencianas en las que pronto se percibe el impacto que tuvo en él la obra de Sorolla, sin romper por ello el hilo de su evolución personal.

El cuadro Mujeres en el jardín pertenece a ese momento de plenitud luminista que se refuerza a partir de 1910 y que llega incluso a sus retratos, muchos de los cuales se ambientan ya al aire libre. Aunque en sus apuntes abundan las escenas bulliciosas y agitadas, en general es la suya una visión sincera y serena. El mundo de Pla es apacible y equilibrado, sin grandes contrastes ni provocaciones, a veces en las ilustraciones se permite travesuras en la iconografía de la mujer y en las playas se siente atraído por el alboroto de la chiquillería, pero sus ambientes suelen ser familiares, de una armonía doméstica no alterada, un mundo feliz sin problemas, un placer de vivir que se identifica con lo sencillo y cotidiano. El pintor en sus apuntes parece acentuar todas estas características al hacer de las personas siluetas de color y movimiento, figuras sin expresión que nos sugieren ambientes, modos de estar, usos y costumbres, antes una psicología colectiva que individual.

Al pie de la escalinata de un jardín un grupo de mujeres sentadas en sus sillas y butacones se concentran en sus labores de costura como bien lo indican sus cabezas inclinadas y brazos. Las cuatro figuras cobijadas bajo la fresca sombra de una tupida vegetación en una mañana soleada, son observadas por el pintor, cuya presencia no interfiere en el mundo aparte que compone el grupo, incluso son como un elemento más del paisaje con el que se compenetran formando una unidad. El paisaje del jardín, ya de por sí representación de una naturaleza controlada y ordenada por la mano del hombre, alcanza aquí un tono sensiblemente doméstico o costumbrista con la presencia de estas figuras femeninas. Cecilio Pla sintió una especial predilección por reflejar íntimas escena familiares, grupos de tertulia en la playa o en el jardín a través de los cuales atrapa ese momento del ritmo vital, el día a día, la poesía del momento que se puede reflejar en la relajación de una siesta, en el goce del momento del baño, o en esas otras maneras de matar el tiempo veraniego en que las mujeres cosen más como un entretenimiento que refleja un espíritu hacendoso. Tanto Sorolla como Pla, al igual que otros muchos pintores de la época, nos dicen que todavía la mujer de principios del XX cuando descansa en la playa o el jardín realiza mecánicamente alguna de las tareas propias de su sexo como hacer ganchillo o coser: una actividad ligera que no requiere especial concentración, pero que relaja la mente al alejar el pensamiento de otras reflexiones o preocupaciones, contiene las angustias o desasosiegos y mata el tedio; raramente aparecen las mujeres leyendo un libro. El aprendizaje de una joven de clase media o burguesa de 1900 se reducía a la costura, el piano y en algunas ocasiones tomaban los pinceles; la hija de Pla, Pepita, pintaba. En la distribución de las figuras hay una ordenación jerárquica: las tres de la derecha están sentadas en silla o sillones de mimbre, repantingándose un tanto la primera, la figura de la izquierda está aislada del resto y sentada en una hamaca, el trozo de pierna que se aprecia deja ver unas medias negras; parece pues la más respetable del grupo, probablemente, la madre, pues no dudamos que se trata de la familia del artista. Tanto las modelos como el pintor disfrutan del encanto y la belleza del lugar, ellas sintiéndolo desde el ambiente y atmósfera que se crea y el artista desde la contemplación.

El grupo está ligeramente descentrado pero la masa oscura de la vegetación marca la preponderancia de este eje, aunque por la derecha hay un camino, y a la izquierda las escaleras adornadas con abundantes macetas, una de ellas sobre un pilar marca una línea vertical en correspondencia con el tronco del árbol de la derecha, enmarcando ambas verticales a las mujeres, con lo que se consigue un doble efecto de ámbito recoleto y abierto. Por otro lado destaca la masa compacta de la vegetación y figuras con el espacio vacío de las escalinatas. El cuadro participa de casi todas las características de los apuntes de Pla pero la visión es más quieta y la composición más elaborada. El pintor ha podido recrear los detalles y las sugerencias por tratarse de una escena menos dinámica, que no le obliga a emplear las pinceladas densas o deshechas que dominan en las tablas de bañistas; si utiliza ahora la técnica del apunte, es con un tiempo lento. En general predominan dos tipos de pincelada, una más pequeña y densa con la que define todo el centro, el follaje y las figuras, y otra más larga e informal para sugerir y cerrar con leves trazos todo el fondo de la izquierda dentro de la síntesis que se impone en este tipo de obras. El lienzo se sitúa en un punto intermedio entre el apunte, que tanto prodigó el artista y comercializó, y una composición más elaborada como bien puede deducirse del formato, soporte y escena. La pintura se traslada directamente el lienzo sin ningún dibujo previo, el artista maneja el óleo con su especial habilidad para sugerir y dar vida a las más diversas escenas al aire libre. Pla, que era un consumado dibujante, y que desplegó una extraordinaria faceta de ilustrador, a la hora de abordar los paisajes y las pequeñas escenas al aire libre desarrolla otra vertiente de una pintura más libre, fluida y ligera que es la manifestación última de todo su saber plástico, manejando los toques de color con la misma precisión con que arrastra el trazo del lápiz.

El cuadro, como indica la firma, está realizado en Buñol, localidad próxima a Valencia, donde también se desplazaban los valencianos en verano, por tratarse de un lugar más alto y fresco en las noches. Está además dedicado al que fuera uno de sus discípulos más estimados, el granadino Gabriel Morcillo, con quien mantuvo una cordial amistad. Entre los discípulos de Pla destacaron los andaluces y en especial los granadinos, siendo quizás López Mezquita y Gabriel Morcillo dos nombres de los que el artista se sentía orgulloso.

Francisco Javier Pérez Rojas