Paisaje de montaña
Carlos de Haes

Paisaje de montaña

c. 1872-1875
  • Óleo sobre papel pegado sobre lienzo

    21 x 31 cm

    CTB.1997.97

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

  • Audioguía

Por la falda de un monte serrano, una densa bruma desciende lamiendo árboles y piedras mientras avanza hacia el primer término, donde un burro pasta entre troncos caídos y peñascos.

Aunque la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza ya posee dos espectaculares paisajes panorámicos realizados por Haes en su primera madurez, este pequeño apunte muestra la faceta más moderna y auténtica del gran maestro del paisaje realista español del siglo XIX, que desde su cátedra en la Academia de San Fernando de Madrid revolucionó las enseñanzas de este género, instando a sus alumnos a salir de excursión fuera de aulas y talleres para captar de una forma directa y viva los diferentes elementos de la naturaleza, sus efectos atmosféricos, la incidencia de la luz sobre los accidentes orográficos del campo abierto o de la alta montaña, desterrando así para siempre los resabios románticos del paisaje fantástico pintado en el estudio, elaborado por la mente del artista y construido ordenadamente a partir de meros apuntes; método que aún puede advertirse en los paisajes más juveniles del propio Haes.

Lógicamente, esta nueva manera de pintar paisaje obligaba, por un lado, a utilizar soportes de formato reducido y poco peso para poder ser transportados en el maletín de mano junto a los pigmentos y los pinceles, prefiriéndose por tanto los lienzos pequeños o, como en este caso, papel o cartón preparado, siendo este tamaño también especialmente adecuado habida cuenta de la brevedad de las sesiones.

Por otra parte, Haes propugnó desde sus clases las cualidades esenciales del verdadero paisajista, que habría de ser capaz de forma instantánea y absolutamente sincera los más útiles matices que ofreciera ante sus ojos la transformación constante de la naturaleza, tanto por el movimiento del celaje, los cambios meteorológicos o la progresión continua de la luz del sol, lo que obligaba, por tanto, a sesiones muy rápidas, en la que la atención del artista se dirigía a pequeños parajes, troncos caídos o rincones de arroyuelos, captados con absoluta espontaneidad y frescura de ejecución en pequeños apuntes como éste, dando así como resultado un lenguaje plástico absolutamente nuevo en el panorama del paisajismo español de su tiempo.

Este sistema de trabajo explica que, además de los lienzos de gran tamaño más conocidos del maestro belga, la producción más interesante y verdadera de Carlos de Haes se encuentre en los innumerables esbozos de pequeño formato realizados por el artista a lo largo de toda su vida en sus continuos viajes y excursiones por distintas zonas de España y Europa, de los cuales conservó hasta su muerte más de doscientos, que legó a sus queridos discípulos.

La presente pintura es bien elocuente de este tipo de apuntes. Está realizada con una factura extraordinariamente breve y sintética, con trazos rectos y empastados del pincel, aplicados con toques enérgicos y directos, de perfiles quebrados, con una sorprendente seguridad, sin insistencias ni titubeos, con los que va modelando los diferentes elementos del paisaje a base de grandes planos. En efecto, esta técnica es muy característica del estilo más personal del artista en una etapa muy concreta de su producción, pudiéndose fechar con bastante precisión su ejecución entre los años 1872 y 1875, en que Carlos de Haes viaja por los Picos de Europa y Alsasua.

A pesar de la rapidez de su ejecución –seguramente en no más de una hora–, Haes muestra su maestría absoluta en el dominio pleno de todos los recursos paisajísticos, captando con asombrosa verdad la sensación de frío desapacible de la montaña, la humedad de los pastos, el rayo de sol cegador que sesga sobre las piedras del término medio y, fundamentalmente, la densidad de la niebla que poco a poco va envolviendo la arboleda, haciendo desaparecer como un telón el abrupto paraje, queriéndose adivinar entre las nubes los difusos perfiles de la cumbre.

José Luis Díez