Vista tomada en las cercanías del Monasterio de Piedra (Aragón)
Carlos de Haes

Vista tomada en las cercanías del Monasterio de Piedra (Aragón)

1856
  • Óleo sobre lienzo

    81,8 x 112,8 cm

    CTB.1997.45

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

A la caída de una serena tarde estival, un pastor apacienta su rebaño de cabras en las abruptas orillas del río Piedra, cuyo accidentado curso, que transcurre entre profundas hoces, se pierde una frondosa arboleda de monte bajo.

Este espléndido paisaje es, sin duda, uno de los mejores ejemplos conocidos de la producción primera de Carlos de Haes, poco después de fijar definitivamente su residencia en España.

Premiado con una primera medalla en la Exposición Nacional de 1858, donde presentó también otra vista tomada desde el mismo monasterio, además de los cuadros titulados Un molino en Beaufort (Prusia) y Ruinas junto a Hasselt (Bélgica), el lienzo está fechado, sin embargo, dos años antes.

Efectivamente, en el verano de 1856 Haes fue invitado por su gran amigo, el escritor Federico Muntadas, a pasar unos días en las fincas que éste poseía en los alrededores del Monasterio de Piedra (Zaragoza), uno de los parajes naturales más bellos de Aragón, cuyas vistas, cascadas y rincones cautivaron de inmediato al artista, pasando allí todo ese verano haciendo apuntes y cuadros que luego expuso ese mismo otoño con gran éxito en Madrid. Desde entonces, esta zona sería uno de los lugares predilectos de Haes por la variedad y riqueza de sus paisajes, que le ofrecían la posibilidad de captar las facetas más diversas de su cambiante orografía en gran cantidad de estudios del natural, hoy conservados en su práctica totalidad entre el Museo del Prado y el Museo Jaime Morera de Lérida.

Por otra parte, el presente lienzo testimonia magníficamente el paulatino abandono de los postulados románticos en que se formó este artista, de los que no obstante todavía quedan residuos en cierta grandiosidad panorámica con que está concebido el paisaje y en la disposición, extremadamente equilibrada y en orden, de montes y vegetación, sin que falte el detalle pintoresco del rebaño, que subraya la sensación apacible y bucólica que pretende transmitir el paisaje, con espléndidos resultados.

Sin embargo, la captación de la luz crepuscular de un sol muy bajo, que proyecta grandes zonas en sombra, marcando contraluces de gran efecto, demuestran ya la agudísima sensibilidad de Haes en la observación directa de la naturaleza; aspecto que constituye la innovación fundamental introducida por este pintor en las enseñanzas del paisaje en España en la segunda mitad del pasado siglo.

Junto a ello, la maestría técnica del artista se hace patente en esta vista, de una belleza tranquila y en calma, resuelta a base de ricos empastes y un dibujo riguroso, con los que construye sus diferentes volúmenes, definidos con una precisión que se volverá más libre en su producción madura, utilizando una paleta muy sobria, de tierras y ocres, herencia de la escuela paisajística centroeuropea, en la que Haes realizó su primer aprendizaje, con la que, no obstante, logra desplegar una infinita gama tonal, de delicadísimos y muy variados matices, en la espesa vegetación de arbustos y arboleda, tan característica de este paraje aragonés.

José Luis Díez