Anglada-Camarasa.
Arabesco y seducción

6 de noviembre de 2012 - 31 de marzo de 2013
Hermen Anglada-Camarasa

Blanquita

1902 Óleo sobre tabla, 25 x 34,5 cm Colección Anglada-Camarasa Fundación "la Caixa" © David Bonet_2012
Blanquita
Hermen Anglada-Camarasa

En el palco

c. 1901-1902 Óleo sobre tabla, 23,3 x 33 cm Colección Masaveu © Anglada Camarasa, VEGAP,
Málaga, 2012
© 2012 Foto Gonzalo de la Serna
En el palco
Hermen Anglada-Camarasa

Le paon blanc

1904 Óleo sobre tabla, 78,5 x 99,5 cm Colección Carmen
Thyssen-Bornemisza
© Anglada Camarasa, VEGAP,
Málaga, 2012
© Colección Carmen Thyssen-Bornemisza
Le paon blanc
Hermen Anglada-Camarasa

Mur céramique

1904 Óleo sobre tabla, 32,5 x 41 cm Colección Masaveu © Anglada Camarasa, VEGAP,
Málaga, 2012
© 2012 Foto Gonzalo de la Serna
Mur céramique

Nocturnos de París

La llegada de Anglada a París significó el inicio de la configuración de una estética propia. Fue en este momento cuando inmortalizó la imagen tópica de la femme fatale a través una pintura de rasgos personales, en la que la luz y las manchas de color dan vida a figuras femeninas vaporosas y etéreas de los locales nocturnos de la ciudad.

Integrado a partir de 1898 en la vida artística de la capital francesa, descubrió, gracias a Baca-Flor, los cabarets de Josep Oller, que fueron el tema principal de sus obras durante todo este largo periodo. Comenzó a salir a las calles de París para representar los instantes más atractivos que sucedían durante la noche de la capital, y fue en ese momento cuando la mujer se convirtió en uno de sus principales motivos pictóricos. Esta fascinación comenzó a materializarse a través de numerosos apuntes tomados in situ sobre tablas de pequeño formato –que le permitían poder ser transportadas con facilidad en sus salidas nocturnas–, todos ellos realizados con una pincelada enérgica y dinámica, cuyo objetivo residía en plasmar la fugacidad del instante.

El descubrimiento de la vida nocturna parisina supuso también para Anglada la oportunidad de alejarse del realismo. Sus cuadros comienzan a caracterizarse por un particular aspecto artificial gracias al uso de un cromatismo muy personal –en la línea de la estética nabi– así como la recreación de la luz eléctrica que envolvía todas sus composiciones, y como consecuencia los personajes femeninos adquirieron una apariencia frívola y amenazadora. En ocasiones concedía a sus mujeres un aspecto casi fantasmagórico, gracias al uso de los blancos, mientras que otras veces adquirían una apariencia más elegante, reflejo de un ambiente más sofisticado. Anglada comenzó al mismo tiempo a preocuparse por resaltar el carácter ondulante del cuerpo de la mujer, para configurar una atractiva sensación de movimiento, y reforzar su fuerte carácter sensual a través del uso del color.