Julio Romero de Torres.
Entre el mito y la tradición

27 de abril - 8 de septiembre de 2013
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Biografía: Julio Romero de Torres


Hijo de Rafael Romero Barros, pintor y conservador del entonces denominado Museo de Pinturas de Córdoba, su vida estará marcada por el ambiente familiar desarrollado entre el estudio paterno, las aulas de la Escuela de Bellas Artes y el Conservatorio de Música y las salas del museo, en el mismo recinto donde estaba la residencia familiar, marcando indiscutiblemente su futuro y siendo el escenario de sus primeros pasos como pintor.

A los diez años comienza sus estudios de música y pintura y con sólo catorce y quince recibe premios en los certámenes convocados por la Escuela Provincial y el Ateneo.

Continúa estudiando pintura, recibiendo como sus hermanos una fuerte influencia del magisterio paterno. Integrándose cada vez más en el ambiente cultural de Córdoba y acercándose progresivamente al de Madrid, su vida continúa ligada a dos ejes fundamentales: su familia y la pintura.

En 1895 alcanza el primer éxito artístico con ¡Mira qué bonita era!, que supone también su primer triunfo en Madrid. Pero será 1899 uno de los años más importantes de su vida, en él contrae matrimonio con Francisca Pellicer y obtiene plaza de auxiliar en la Escuela Provincial de Bellas Artes, en la que posteriormente es confirmado como profesor de Colorido, Dibujo y Copia de Antiguo y Modelo Vivo, carrera docente que años después continuaría en Madrid como profesor de Dibujo Antiguo y Ropaje de la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado.

En los años del cambio de siglo se vincula a la Academia, el Ateneo y la Sociedad Económica de Amigos del País de Córdoba, asistiendo a tertulias literarias y artísticas. Participa por entonces en la restauración de los artesonados de la Mezquita, tareas de conservación en el rico patrimonio cordobés que retomaría años después en las colecciones del Museo de Bellas Artes.

En 1903 realiza un decisivo viaje a Marruecos del que han quedado interesantes apuntes de paisajes urbanos y tipos populares. Al año siguiente realiza un nuevo viaje, esta vez a París, Londres y los Países Bajos, visitando Italia en 1908.

A partir de entonces se detectan importantes cambios en su pintura, consolidándose su participación en las Exposiciones Nacionales obteniendo grandes éxitos en las de 1895, 1904, 1908 o 1915, pero también el rechazo de algunas de sus obras por inmoral como en la de 1906, postergación que se repite en 1910.

Instalado en Madrid, la primera década del siglo será decisiva para su trabajo que se enriquece conceptualmente con las relaciones mantenidas con la intelectualidad madrileña más señera, a través de las tertulias del café Nuevo Levante compartidas con Valle-Inclán y del café Pombo, presidida por Gómez de la Serna, a la que asistían los más prestigiosos literatos y artistas que residían en la capital.

Empieza entonces una época de homenajes, condecoraciones y nombramientos que compagina con una interesante actividad artística, participando en distintas exposiciones en Barcelona, Bilbao y Londres en las que obtiene un rotundo éxito que se verá culminado, en 1922, con la decisiva exposición de la Galería Witcomb de Buenos Aires, ciudad en la que reside varios meses.

Compartirá sus estancias y trabajos en Madrid y Córdoba, donde lo visita Alfonso XIII. Participa entonces como actor en diferentes proyectos cinematográficos como La malcasada, de 1926, bajo la dirección de Francisco Gómez Hidalgo y Julio Romero de Torres, película que a modo de biografía documental del maestro se finaliza por Julián Torremocha años después de la muerte del pintor.

A fines de 1929, tras el éxito obtenido en la Exposición Iberoamericana de Sevilla, se agrava su estado de salud y regresa a Córdoba, donde muere unos meses después, el 10 de mayo de 1930.

Dos períodos fundamentales deben tenerse en cuenta en su pintura. El primero entre sus años de formación y aproximadamente 1908, en que evoluciona desde la tradición romántica aprendida de su padre y reflejada en Cabeza de árabe de 1889 y diversos Paisajes, y la influencia de la pintura social de su hermano Rafael bajo la que realiza Conciencia tranquila de 1897, temática que culmina en 1906 con sus polémicas Vividoras del amor.

En torno a 1900 su paleta alcanza un momento de intenso luminismo con los ejemplos de La siesta, Pereza andaluza o Bendición Sánchez. Realiza también otras pinturas ligadas al modernismo como Horas de angustias o Lectura –también conocida como Mujer tendida leyendo un libro– que reflejan un acercamiento a la pintura catalana, que repetirá en algunos de sus diseños para carteles.


Su temática se amplía con alguna obra costumbrista como Aceituneras de 1904 y otras religiosas como la decoración de la parroquia de Porcuna (Jaén). Hacia 1905, Mal de amores lo enfrenta a una simbólica alegoría de las tres edades de la mujer y en ese mismo año el colofón de su primera etapa lo ponen los lienzos que decoran, a modo de murales, el Círculo de la Amistad de Córdoba con las Alegorías de las Artes, proyecto del que se conocen numerosos apuntes y fotografías realizadas como bocetos de las pinturas definitivas, bajo la influencia entre otros del norteamericano Charles Dana Gibson y su Gibson girl, de hacia 1890, que inspira la cabeza de algunas de sus mujeres, o el escultor belga Constantin Meunier, cuya obra La glèbe, de 1892, reproduce en la Alegoría de la Escultura.

Comienza ahora un segundo momento en el desarrollo de su arte abordando un nuevo concepto plástico que es el que ha llegado a definir e identificar su pintura.

Nuestra Señora de Andalucía, Amor sagrado, y Amor profano, o Musa gitana,, realizados entre 1907 y 1908, van gestando obras posteriores como el ‘Retablo del Amor’ de 1910. Serie de grandes pinturas que se completa con La consagración de la copla, el Poema de Córdoba, La saeta o Cante hondo, pintados entre 1912 y 1923.

Innumerables son los retratos ejecutados en estos años. Guerrita, Machaquito, Margarita Nelken, Pastora Imperio, Carmen de Burgos (Colombine) o la Niña de los Peines posan para el pintor en diferentes ocasiones, al igual que numerosas señoras de la burguesía española y bonaerense, que comparten el interés del pintor por los retratos de las denominadas «chiquitas buenas» en las que retrata a numerosas jóvenes cordobesas. Culmina con la Chiquita Piconera, de 1930. Género retratístico que amplía en retratos colectivos como los realizados a la Familia Casana y a la Familia Basabé.

Paralelamente, desarrolla su actividad artística en la ilustración de revistas y libros, practicada durante toda su vida. Ejemplos de estas ilustraciones se encuentran en los cordobeses Almanaques del Diario Córdoba y la Feria de mayo, o las madrileñas Gran Vía y Crónica del Sport; o en libros como El tiempo de la vida, de Manuel Carretero, A la sombra de la Mezquita, de su cuñado Julio Pellicer, Voces de gesta, de su contertulio y amigo Valle-Inclán o, por citar solo alguno más, Cante hondo, de Manuel Machado.

Importante será también su actividad como cartelista, constatada desde 1896 con su primer cartel para la Feria de Córdoba, para la que posteriormente realiza los de 1897, 1902, 1905, 1912, 1913 y 1916; significativo es igualmente el realizado para conmemorar la corrida de toros a beneficio de los afectados por el Desastre de Annual en 1921 y desde luego los popularísimos que, entre 1924 y 1930, realiza para la Unión Española de explosivos o para las bodegas Cruz Conde. En esta faceta como cartelista, su obra sigue fielmente la tradición de los mejores maestros españoles contemporáneos, estando presente el recuerdo del catalán Ramon Casas y de algunos pintores sevillanos. Dos épocas bien definidas se establecen también en estos carteles. Una primera, desde 1896 a 1905, en la que sigue la estética al uso con escenas costumbristas y personajes de reminiscencias modernistas, y una segunda etapa, desde 1912 hasta su muerte, en que los carteles guardan evidentes semejanzas con sus pinturas. Estas dos etapas están tan claramente definidas que hasta la firma, como también sucede en sus pinturas, responde a dos grafías y estructuras distintas.

Una intensa dedicación al dibujo se mantiene constante desde los primeros años de aprendizaje en Córdoba hasta que en 1928 es nombrado socio de honor de la Unión de Dibujantes Españoles, reconocimiento que sin duda responde a una entrega iniciada en sus años juveniles, pese a que es una actividad ésta aún no demasiado bien conocida y, por ello, escasamente difundida. Realiza dibujos con distinta técnica: lápiz, plumilla y aguada; y variada temática: histórica, satírica, costumbrista, paisajes, prepa¬rativos para la ejecución de sus pinturas (La gracia, La consagración de la copla, Machaquito como apoteosis del toreo cordobés, etc.) o copias de algunas de las pinturas más importantes del Museo del Prado, hasta alcanzar más de un centenar entre los conservados, fundamentalmente en el Museo de Bellas Artes de Córdoba y algunos otros en el Museo Julio Romero de Torres y en diversas colecciones particulares.

Fuensanta García de la Torre