La Guerra Civil supuso una brusca parada en el curso de la renovación artística española. Hubieron de pasar casi diez años hasta que una nueva generación de artistas saliese a la luz a finales de los años cuarenta. Y aun así sólo fue posible gracias al apoyo de un escaso número de críticos, galeristas y coleccionistas activos en los años treinta.
Cerradas las fronteras, la mirada de los jóvenes artistas españoles se tornó hacia el surrealismo. Dicho movimiento había protagonizado muchas de las iniciativas artísticas de preguerra, como la II Exposición Internacional de Surrealismo, celebrada en Santa Cruz de Tenerife en 1935. A ello se unía el propio prestigio de surrealistas como Dalí y Miró, este último convertido en modelo de la nueva generación de artistas.
Antoni Tàpies y Antonio Saura evolucionaron desde el surrealismo mironiano de sus primeras obras hasta el informalismo de sus pinturas maduras. Tàpies dejó atrás el magicismo de sus obras del periodo «Dau al Set» para ahondar en la expresividad de la materia y en la capacidad evocadora de los muros; todo ello dentro de una búsqueda de despojamiento afín a la de artistas como el esloveno Zoran Music. Por su parte, Saura puso fin a sus «constelaciones» y sus «paisajes del subconsciente», y a mediados de los años cincuenta ensayó diversas técnicas próximas al automatismo surrealista. Tras esa etapa de experimentación, en torno a 1957 inició su obra madura dentro de una figuración gestual de colores sobrios, inspirada en Goya y en la tradición de la pintura española del Siglo de Oro.