En la década de 1950 se abrieron las fronteras con el extranjero y comenzaron a llegar noticias de una nueva corriente artística hasta entonces prácticamente inédita en España: la abstracción. Los primeros debates en torno a ella celebrados en nuestro país datan de 1949. En 1953 el Primer Congreso de Arte Abstracto de Santander evidenció la importancia de la no-figuración también entre los jóvenes pintores españoles. Pero la abstracción se nutrió, sobre todo, de los viajes de artistas a París y de la llegada a España de importantes muestras internacionales, como la dedicada a la pintura americana en 1958 por el Museo Nacional de Arte Contemporáneo.
Al igual que ocurría fuera, en nuestro país las nuevas propuestas no-figurativas fluctuaron entre una abstracción lírica, heredera de Kandinsky, y otra de corte normativo. A la primera caben adscribir las pinturas tempranas de Luis Feito, así como la obra de Ràfols Casamada y Manuel Hernández Mompó. La obra de Gerardo Rueda, por contra, posee un sustrato más geométrico, aunque de una geometría más cercana a la música que a la frialdad de las matemáticas.