Durante el último tercio del siglo xix se produjo una de las transformaciones más importantes de la historia del arte. Los impresionistas, en contra de la costumbre de trabajar en el estudio, pintaron sus lienzos enteramente al aire libre. Por vez primera dejaron a la vista la ejecución a base de pinceladas yuxtapuestas. Asimismo, renunciaron al negro y utilizaron colores brillantes. Pero, sin duda, su aportación más radical, sobre todo la de Claude Monet, fue atender sólo a la apariencia óptica de las cosas y no a su materialidad real.
La modernidad llegó a España de la mano de pintores como Ramon Casas, Santiago Rusiñol y Joaquín Sorolla. Los dos primeros se formaron en París y no en Roma, tal como era habitual. En la capital francesa asistieron a la difusión del impresionismo a comienzos de la década de 1890. A partir de ese momento comenzaron a cultivar un tipo de pintura próxima al impresionismo y a artistas como James McNeill Whistler y John Singer Sargent, quienes habían trasladado las novedades impresionistas al campo del retrato. Algunas de sus obras más famosas, junto a las de sus colegas europeos y americanos –valga citar los ejemplos de Armand Guillaumin, Childe Hassam y William Merritt Chase–, se centran en la vida moderna de las grandes ciudades. Por su parte, Joaquín Sorolla dejó atrás su primer naturalismo de tipo regionalista y social y se aproximó al impresionismo tras su amistad con Sargent, Giovanni Boldini, Anders Zorn y Peter S. Krøyer, a comienzos del siglo XX. Sus obras maduras muestran una gran maestría en el empleo de una pincelada rápida y abocetada, capaz de captar los distintos matices de luz y color.
Hacia finales de siglo XIX surgieron en París nuevas corrientes plásticas englobadas dentro de lo que se conoce como el postimpresionismo. Uno de los grupos más influyentes fue el de los pintores nabis –integrado, entre otros, por Paul Sérusier, Maurice Denis, Édouard Vuillard y Pierre Bonnard–, quienes participaron de la concepción del cuadro como una «superficie plana cubierta de colores agrupados en un cierto orden». El postimpresionismo, y muy especialmente la pintura nabi, tuvo fuerte repercusión en la obra de artistas catalanes como Isidre Nonell, Ricard Canals, Joaquim Mir y Hermen Anglada I Camarasa, quienes liberaron su paleta hacia el cambio de siglo para luego seguir por caminos personales, siempre dentro de una concepción más o menos placentera o expresiva del color.