Eugenio Lucas Velázquez
Caravanas árabes arribando a la costa
c. 1860-
Óleo sobre lienzo
62,9 x 88,9 cm
CTB.1998.1
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© Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga
Sorteando las estribaciones de unas abruptas peñas, varias caravanas convergen en una gran llanura para dirigirse hacia la flota de veleros que se adivina en la lejanía, amarrados en la costa, bajo el rojizo atardecer del sol de poniente. Caminando a pie o a lomo de sus caballos, entre las bulliciosas hileras que forman las figuras menudas de los caminantes, apenas puede distinguirse la identidad árabe de sus ropajes, quedando también a la imaginación del espectador el motivo de su larga travesía, seguramente para depositar sus mercancías en navíos de comerciantes o bien para embarcase con destino a lejanas tierras.
La absoluta fascinación que los pintores románticos europeos sintieron por el exotismo lejano y misterioso del mundo árabe, llegando a constituir a lo largo de todo el siglo un género artístico autónomo de singular importancia, cuyo interés se ha visto extraordinariamente renovado en estos últimos años, cuajó lógicamente de forma especial en la sensibilidad de los pintores españoles, dada su proximidad geográfica y cultural con el mundo islámico, y muy especialmente con Marruecos.
Al igual que su íntimo amigo Genaro Pérez Villaamil, Eugenio Lucas tampoco pudo resistirse al embrujo subyugante, tan próximo y tan lejano, de la evocación de las estampas más típicas y legendarias de las costumbres árabes para el público occidental, que la inagotable imaginación de Lucas no tuvo dificultad alguna en evocar desde la comodidad de su estudio, ya que no consta que llegara a viajar a África, como en principio podría hacer suponer su afición por los asuntos moriscos.
En efecto, en la obra del pintor madrileño aparecen con frecuencia los temas marroquíes, siempre resueltos con una técnica jugosa y enérgica, encontrándose entre ellos otras escenas de la llegada de caravanas a las orillas de un puerto costero, como las tituladas Costa mora al atardecer –muy relacionada con el presente lienzo en la disposición de las masas de figuras y el tratamiento del celaje– o Costa mora bajo la luna , de características también muy semejantes, ambientada en una luz nocturna.
En esta ocasión, el artista apenas insinúa las figuras con trazos rápidos y nerviosos del pincel, a base de toques extraordinariamente breves y sintéticos, que reduce en ocasiones a meros grumos de color, de gran efecto y riqueza pictórica, subrayada por la proverbial habilidad de este maestro en los efectos de claroscuro, con los que consigue espléndidamente sugerir los diferentes planos y ambientación espacial en que se desenvuelven los personajes, desde los primeros términos hasta las neblinosas lejanías.
Además de ello, Lucas vuelve a demostrar en el presente lienzo su indiscutible maestría como paisajista, aún no reconocida suficientemente, pero que resulta aquí evidente tanto en la concepción panorámica de la gran llanura que se pierde hacia el horizonte marino, apenas distinguible, como sobre todo en el protagonismo del celaje, que ocupa casi dos tercios de la superficie del lienzo, surcado por grandes cúmulos de nubes rasgadas que se funden a lo lejos en un crepúsculo encendido y vibrante, que envuelve con una luz casi mágica todo el paisaje, y en la que reside buena parte de su atractivo.
Du Gué Trapier destaca del cuadro «las flamígeras nubes rojas ondeando cual estandarte de batalla», así como su «inteligente ejecución [y] la audacia de su gama cromática». Por su parte, Gaya Nuño lo menciona como Cabalgata mora , mientras que, en fecha mucho más reciente, Arnaiz lo titula Un ejército en campaña y lo cita en paradero desconocido.
José Luis Díez