Coristas
José Gutiérrez Solana

Coristas

1927
  • Óleo sobre lienzo

    160 x 211 cm

    CTB.1996.12

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

Coristas es un tema que aparece en diversas ocasiones en la pintura de Solana ya desde 1915 (Madrid, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía). En torno a 1925 pinta Las coristas (Coristas de pueblo) (Barcelona, Museo Nacional d’Art de Catalunya), y durante estos años diversas obras con motivo similar, en especial prostitutas o «mujeres de la vida». Este mismo Coristas que ahora se presenta enlaza directamente con el tema de la prostitución a través de la «dueña» vestida de negro que aparece a la izquierda, abanicándose y con el bolso (¿del dinero?) muy firmemente sujeto. También es propio de narraciones literarias casi siempre muy próximas a los asuntos representados en los cuadros y ocasionalmente utilizadas como fuentes para las pinturas, aunque en sentido estricto no lo sean casi nunca. El último capítulo de la segunda serie de Madrid. Escenas y costumbres (1918), lleva este título, «Las coristas», y es texto que puede relacionarse con ésta y otras pinturas de similar repertorio.

Solana destacó los aspectos sórdidos de la vida cotidiana y con preferencia los que guardan relación con el mundo del erotismo y el sexo. En la mencionada narración sitúa las figuras en «un teatro de mala muerte de los Barrios Bajos», cuando, terminada la función, ha concluido la brillantez del espectáculo –que nunca debió de ser mucha–, cuando predominan fealdad y suciedad. En la pintura dispone a las protagonistas ante el espectador como si de un friso se tratara, a la manera en que, también, coloca los objetos de las naturalezas muertas, a los intelectuales del Pombo o a los habitantes de la aldea. Y aunque articula anecdóticamente unas figuras con otras mediante la mirada y los gestos, cada una de ellas guarda cierta autonomía, como si se tratara de cosas: cosas son las mujeres, como lo son los trajes que visten en el espectáculo –bien destacado en el centro, sobre una silla, o bajo la figura de la derecha, o colgados al fondo–, una referencia a la España más característica de las regiones, que las coristas deben parodiar en su actuación.

El lugar abigarrado de objetos cierra el espacio con el plano del fondo, que trae la imagen hacia nosotros. De esta manera, la condición de friso es más intensa y el papel protagonista de la mirada más fuerte: las coristas están ante nosotros, posan para nosotros. La nitidez de los perfiles, la contundencia de los objetos y la brillantez del cromatismo intensifican la presencia material de las mujeres y del espacio sórdido en que se encuentran, tanto más llamativo cuanto que contrasta con la suntuosidad de las carnes y de los cuerpos, de las telas de camisas, corpiños, chaquetillas..., y con la ausencia de unas figuras que nada nos dicen, se limitan a estar para que las veamos.

Solana pintó Coristas en el momento más fecundo y riguroso de su trayectoria, en el marco de un repertorio temático que permitía contemplar su imagen del país: los trabajadores, las mujeres de la vida, la religión, la «fiesta nacional»... Y esta obra reúne algunos de esos aspectos de una forma aparentemente accidental: la fiesta en el abanico, la diversidad regional en los trajes, el trabajo en la mujer de la derecha vestida de marinero de Santander, la botella y los vasos... De esta manera, al igual que en el ámbito literario lo hicieran el primer Azorín, Pío Baroja y el propio Solana en sus narraciones, construye la diversidad de un mundo cercano y, a la vez, nuevo. Inmerso en el tópico de la «España negra», no es la suya una pintura tópica y ello estrictamente por razones plásticas, que evitan la complacencia o el sentimentalismo.

Valeriano Bozal

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