En la feria
Rafael Arroyo Fernández

En la feria

1886
  • Óleo sobre lienzo

    47,5 x 64 cm

    CTB.1988.14

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

La Feria de Sevilla fue uno de los acontecimientos populares que más atrajo la atención de los pintores costumbristas del siglo XIX, e inspiró algunos de los cuadros más vistosos y pintorescos de la pintura romántica andaluza, de los que la colección de la baronesa Carmen Thyssen-Bornemisza guarda varios testimonios, algunos de ellos particularmente interesantes.

A las últimas décadas del XIX pertenece este lienzo del no muy conocido pintor Arroyo; artista de dotes más bien discretas, que intenta demostrar aquí sus facultades como dibujante detenido y primoroso, revelando su verdadera capacidad como ilustrador, faceta para la que estaba considerablemente más cualificado.

Así, en lugar de insistir en la visión de la Feria como un multitudinario acontecimiento popular, Arroyo se detiene en la descripción minuciosa y atenta de unos cuantos personajes y del utillaje de los distintos puestos ambulantes. A la derecha, en riguroso alineamiento, se disponen hacia el fondo una hilera de casetas, rematadas la mayoría por banderas nacionales, menos una en la que cuelga un cartel de despacho de «vino». En la primera caseta también puede leerse un rótulo semiborrado de «caracoles y vino», y en su interior se ve una pareja que conversa tranquilamente sentada a una mesa. Otros paseantes, pulcramente vestidos a la moda burguesa de esos años, son atendidos en otra mesa de fuera por una tabernera. En primer término, un joven con traje corto brinda gallardamente con un vaso de manzanilla por la moza sentada junto a él, que recibe su requiebro con gesto atento, envuelta en su mantón. Ante la arboleda del fondo transitan carros, caballerías y paseantes a lo largo de otra fila de casetas, asomando detrás la silueta de la Giralda que se recorta sobre un cielo nublado.

El mayor protagonismo de la composición y, por tanto, lo que llama más poderosamente la atención del espectador son los diversos objetos que, a modo de pintoresco bodegón, el artista dispone entre los grupos de personajes, descritos con un dibujo extremadamente apurado y minucioso. En el extremo derecho del plano más inmediato al observador, puede verse un plato de cerámica y una pequeña redoma de cerámica sobre una caja de madera con el sello y anagrama de «P. Simó. Cosechero», junto a una silla en la que reposan una guitarra y unas alforjas. De especial curiosidad y atractivo resultan los cacharros dispuestos al lado, que corresponden a los populares puestos de agua, azucarillos y aguardiente: la vasija metálica colocada sobre su pie contiene el agua fresca; en la pintoresca vasera de estaño y latón pueden verse las botellas de aguardiente; y en el interior del recipiente de cristal que lo remata se guardan los azucarillos que se disolvían con ambas bebidas, constituyendo uno de los refrescos más populares de los puestos ambulantes en ferias, paseos y parques españoles del siglo XIX. Más apartado y en el lado contrario está situado un puesto de naranjas, también vendidas frecuentemente como refresco en festejos populares. Finalmente, puede adivinarse quizá una intención narrativa –aunque con tintes puramente anecdóticos–, en la pareja protagonista que, ante la falta de clientela, habría abandonado sus respectivos puestos para entretenerse en una conversación de cortejo.

A pesar de la perspectiva algo forzada y convencional con que Arroyo encuadra la amplia explanada abierta de la feria, haciendo confluir las líneas de fuga en el centro mismo del lienzo, y cierta falta de dominio en las proporciones y articulaciones de las figuras, el cuadro cumple con eficacia las aspiraciones decorativas de su pintoresco argumento gracias a un colorido brillante, aunque algo plano, y a una técnica de dibujo muy perfilado, con un pretendido virtuosismo realista que muestra mayor jugosidad pictórica en las figurillas y arboleda del fondo, precisamente por estar resueltas con mayor frescura y menor insistencia en el detalle.

José Luis Díez