Los Mayos
Ignacio Pinazo Camarlench

Los Mayos

c. 1898-1899
  • Óleo sobre lienzo

    70,6 x 98,8 cm

    CTB.1999.99

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

Los Mayos representa una fantasía inspirada en el costumbrismo valenciano de finales del siglo XIX y principios del XX; el cuadro podría fecharse en los últimos años de la década de 1890.

Mientras vivió, Ignacio Pinazo fue popular como pintor de las costumbres locales y muchos de sus contemporáneos, entre ellos el propio Sorolla, repetían anécdotas referentes a la constante presencia del pintor en actos populares: fiestas, mercados, meriendas en la playa, rincones típicos de la huerta, etc. Al transmitirse estas anécdotas de unos comentaristas a otros se ha perpetuado en la actualidad la imagen de Pinazo como un pintor realista que se dedicó sistemáticamente a llevar al lienzo o la tabla aquellas escenas de la vida cotidiana que observaba diariamente. No existen motivos para poner en duda la veracidad de aquellas anécdotas, de hecho muchos cuadros de Pinazo evidencian esta actitud. Sin embargo, no toda su obra pude ser juzgada bajo la misma óptica. Los Mayos es una de ellas. En esta obra los elementos realistas se funden con los simbolistas y una prioritaria obsesión por definir el espacio mediante el tratamiento del color y los juegos de luces y sombras.

Los trajes de los dos personajes repiten muchas de las convenciones sobre la supuesta vestimenta de los huertanos. Pese a este origen, claramente folclórico, es evidente un punto de referencia a la realidad. El realismo se centra, no sólo en las características de la edificación y el ajardinamiento de la fachada de la modesta vivienda, sino en el tema en sí. Se trata de las populares albaes (serenatas al alba), frecuentes entre los habitantes de la huerta y uno de los medios más habituales de festejar a las novias. La identificación del tema se corrobora por la sutil iluminación del cuadro que reproduce la luz del amanecer.

En las fechas en que se realizó esta pintura, Pinazo se había instalado, ya definitivamente, a vivir en Godella, pese a que mantenía su docencia en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid. A partir de esta época realizó sus obras más personales y menos convencionales. Son, por lo general, de pequeño formato, realizadas sobre lienzo o tabla, con temas costumbristas o anecdóticos ambientados en la huerta. Pero, lo más importante de estas obras no se centra en el tema sino en los singulares alardes de investigación sobre tratamiento del color, de la luz o sobre sistemas de composición no lineal. Obras como Interior de alquería (c. 1899, Museo de Bellas Artes de Valencia) desarrollan también estas preocupaciones temáticas, compositivas y técnicas, en una línea muy próxima a Los Mayos.

Como suele ocurrir en las obras de Pinazo de época avanzada, la que aquí se comenta se caracteriza por la libertad técnica y por la simplicidad compositiva. La composición se resuelve en líneas horizontales y verticales. Dos tercios de la superficie del lienzo están cubiertos por la fachada encalada de una vivienda rural. El espacio está definido por el tronco de la parra en primer término, también a dos tercios del extremo izquierdo. El enramado de la parra en la zona superior y la puerta abierta hacia la oscuridad del interior de la vivienda completan el encaje espacial.

Este peculiar sistema compositivo de multiplicar el espacio mediante el recurso de dejar una puerta abierta que permite ver diferentes estancias interiores, fue muy frecuente en la época. Lo utiliza el propio Pinazo repetidamente. Por ejemplo en el ya citado Interior de alquería. También Joaquín Sorolla en Vendiendo melones de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza (p. *).

La puerta abierta deja ver, destacando sobre la oscuridad del interior, la clara figura femenina que se inclina a recoger el ramo de rosas depositado en el suelo. Pese a la oscuridad del interior, se vislumbra la alacena para el menaje de la cocina, frecuente en las casas rurales. El desarrollo de la composición introduce otra serie de elementos costumbristas. Por ejemplo la alusión a la vestimenta y tocados de los dos personajes, la guitarra, los elementos de arquitectura rural –la pequeña cubierta de teja árabe en el extremo izquierdo y la acentuada diagonal en el extremo superior derecho que alude a la cubierta de la barraca–, el peculiar sistema de ajardinamiento del espacio exterior –dos grandes masas de adelfas en flor a ambos lados de la puerta y los realistas racimos de uva pendiendo de la parra–. El conjunto se unifica mediante la introducción de otro elemento claramente realista: la luz. Ésta es uniforme, clara y al mismo tiempo suave para situar la escena en las primeras horas de una mañana de primavera. La gama cromática seleccionada: diversos matices de blanco y de verde, contribuyen a acentuar las connotaciones de frescura matinal, al tiempo que refuerzan el valor simbólico de amor juvenil e inocente.

En resumen, el conjunto de la composición introduce significados variados que inducen a diferentes interpretaciones o lecturas. Por un lado, determinados elementos temáticos, compositivos y lumínicos acentúan el sentido narrativo de la pintura que sólo conociendo la literatura popular de la época puede ser realmente comprendido. De hecho la composición puede ser interpretada como la representación de un aspecto concreto de la vida cotidiana en la huerta de Valencia, desarrollada en un sentido idealizado y anecdótico. Por otro lado, la pintura puede ser entendida en sentido simbólico como una alegoría del amor juvenil, de la primavera, de la fecundidad de la naturaleza y de la exaltación de los sentidos en esta época del año. No obstante, al mismo tiempo, todos estos datos son utilizados por Ignacio Pinazo para realizar una de sus investigaciones técnicas, que le permiten utilizar leves toques de pintura sobre el lienzo para sugerir todo un mundo de intuiciones y emociones que cada espectador deberá concretar y desarrollar individualmente.

Carmen Gracia