Paisaje fluvial con lavandera y pescador
Andrés Cortés y Aguilar

Paisaje fluvial con lavandera y pescador

1863
  • Óleo sobre tabla

    35,7 x 55,3 cm

    CTB.1998.48

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

Esta segunda obra de Andrés Cortés responde a principios estéticos muy semejantes a la anterior por su sugerente fantasía y valor descriptivo, fruto de su «viaje imaginario» sin traspasar las fronteras del mundo interior de su propia imaginación, así como de la contemplación de alguna estampa barroca holandesa. Se trata de otro paisaje subjetivo en el que igualmente se aúna el carácter ideal clásico con una inclinación intrínsecamente septentrional de cuño noreuropeo por el detalle naturalista. También ahora acompañan personajes con la doble intención de animar la escena y proporcionar un punto de referencia respecto al tamaño del paisaje, así como de transmitir la idea del hombre visto como parte integrante de la naturaleza. De esta suerte, el pintor compone ordenadamente de manera estructurada en tres planos horizontales con otros tantos elementos correspondientes a la tierra, al agua y al cielo. El resultado final es una panorámica muy atractiva construida con lucidez, claridad y reposo.

En un soleado valle surcado por un río de cristalinas aguas con riberas bordeadas por promontorios rocosos, una pareja, de lavandera y pescador, se despide. Él, sentado plácidamente a la orilla, sostiene la caña con su mano derecha; ella, cual ménade clásica, marcha acompañada por un perro llevando en la cabeza un cesto de ropa. Ambos llevan vestiduras intemporales usadas desde el Seiscientos. La bucólica escena se desarrolla en medio de un bellísimo paraje en uno de cuyos extremos inmediatos puede verse una espesura boscosa poblada por una alta arboleda, arbustos, enredaderas y en la cima una casa rústica. A media distancia se halla una lengua de río o lago, cuyas aguas son surcadas por sencillas barcas orilladas, y que queda encajonada al fondo, por elevadas masas rocosas constituidas por una hilera irregular y decreciente que corta el cielo. Sobre ellas se hallan varios torreones cilíndricos, que recuerdan la romana tumba de los Plautii pero modificada y vuelta a situar por la imaginación del pintor, así como una iglesia medio oculta por la frondosidad, construida con torreón poligonal rematado por chapitel. Le sigue a más baja altura una sucesión de edificios de diversas estructuras, enmarcados al fondo por altas montañas nevadas.

El celaje, que viene a ocupar algo menos de la mitad horizontal del cuadro, propicia una brillante luz tamizada por las nubes aborregadas y tormentosas situadas en la parte izquierda.

Gerardo Pérez Calero