Pontejos
José Bardasano

Pontejos

1961
  • Óleo sobre lienzo

    73 x 90 cm

    CTB.2013.72

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

Tras veinte años de exilio en México, Bardasano regresa a España definitivamente en 1960. Es ésta una época de transición vital que se inicia en 1957, cuando después de viajar a Europa como delegado de México al Congreso Internacional de Pintores y Escultores celebrado en Moscú, sufre un infarto de miocardio que le lleva a replantearse el regreso a España, aun cuando la situación política no ha cambiado.

Esta etapa se caracteriza por los viajes y, por consiguiente, por la atención especial que su pintura presta al paisaje y las vistas urbanas. Son numerosas las vistas de París y Praga que pinta de regreso de la Unión Soviética, del Madrid que recoge durante una primera incursión a España en 1959, así como los paisajes de las costas levantina y cantábrica que pinta ya en los primeros años sesenta; obras casi todas ellas de pequeño formato.

Esta obra, Pontejos, en la que se contempla la actividad de unas lavanderas en el pilón, tiene lugar gracias a los avatares de Bardasano durante estos años. Fue pintada en el verano de 1961, en el transcurso de su estancia en la finca que el capitán de la Compañía Trasatlántica Española, Alfredo Cuervas, poseía en esa localidad cántabra y con quien dos años antes había entablado amistad a bordo del Marqués de Comillas en el viaje de regreso de España a México. La situación especial de Bardasano en España, cuando su permanencia está sujeta a la caducidad de su visado y a la obligatoriedad de salir del territorio español cada año, y esta amistad con el capitán Cuervas revierten posteriormente, entre 1963 y 1964, en la creación de una importante colección de paneles decorativos que Bardasano pintará para los barcos Begoña, en una primera travesía junto a su yerno, Carlos Peña Alvear –segundo oficial por entonces de la Compañía–, y Montserrat, a instancias del mismo capitán Cuervas que comanda la nave. De esta amistad quedará además el testimonio de los retratos al óleo que realice del capitán y de su esposa, Lolita.

Aunque para Bardasano la figura humana, o mejor dicho el retrato, constituía la primera categoría pictórica, fue un pintor completo que cultivó todos los géneros pictóricos sin excepción. Su técnica y estilo, de formación y concepto académicos liberados sin embargo por unas facultades y un oficio excepcionales, encuentran precisamente en el paisaje expresión particular. La luz, la percepción sensorial, el aire libre como elementos abstractos, son plasmados como materia a través de las manchas de color y cobran construcción sobre el lienzo.

Podemos decir que el paisajismo de Bardasano comprende dos tipos: el paisaje desnudo que recoge la naturaleza o las vistas con intención puramente sensorial, y el paisaje con anécdota que incluye la figura humana con mayor o menor presencia, como ocurre en este Pontejos, que se introduce en otro de los géneros por él tratados como es el de la pintura costumbrista. En cualquiera de los casos –paisajismo, costumbrismo o vistas urbanas–, su visión busca capturar los aspectos intactos, inherentes al lugar, a su historia, a su geografía; en resumen, lo que entendemos como esencias; y en ese sentido entronca con las ideas estéticas y las corrientes de pensamiento vigentes en el primer tercio del siglo XX, durante el cual tuvo su período de formación.

El Bardasano viajero de esta época, llevado por el interés por recuperar su tierra después de tantos años de exilio, nos ha dejado un legado paisajístico de las distintas luces de la geografía peninsular y el testimonio de aspectos, hechos y costumbres que hoy ya no existen, como el de estas lavanderas de Pontejos en el lavadero.

Carolina Peña Bardasano