Martín Rico Ortega
Venecia
s.f.-
Acuarela sobre papel
28 x 17 cm
CTB.1995.64
-
© Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga
Dentro de su conocida y abundante dedicación a las vedute venecianas, y en el apartado de sus también numerosas acuarelas, llama la atención en ésta su insólito encuadre: a partir de un formato apaisado, en vez de elegir un despliegue en horizontal según las proporciones acusadamente oblongas, opta por una disposición en vertical basada en el largo lado corto del rectángulo. La simplicidad de los elementos de la composición posibilita un celaje que ocupa tres cuartos del total y que se refleja en el agua marina (casi todo el cuadro restante) consiguiendo una misma y uniforme tonalidad gris perla, una bella impresión húmeda y plomiza de la atmósfera. La sobriedad cromática –lógica con la luz tal que oculta la viveza de tonos a pleno sol– no impide el alarde de unos bellos efectos en el agua con audacias cromáticas, como el verde del reflejo de las barcas o el anaranjado de las velas. El encanto de esas formas difuminadas de la franja de tierra y la raya azul –que no impide una identificación de las cúpulas de Santa Maria della Salute y de la torrecilla porticada de la Aduana– hace pensar en los distintos grados de elaboración de la acuarela, la capacidad de expresión más o menos acabada o con más o menos tenues tonalidades en la función de la atmósfera elegida, aquí la de ese gris uniforme que no animan ni los azules de los gondoleros ni el sepia de la pasajera con paraguas, inevitables figurillas que sostienen el pintoresquismo de estas vistas.
El mejor intérprete del paisajismo preciosista de origen fortunesco no ha podido en esta ocasión reflejar la brillante luminosidad del sol a partir del plenairismo característico de toda esta pintura, luminosidad que le justificó el sobrenombre de Daubigny ensoleillé. En realidad, no parece tratarse del cuadro acabado en el estudio a partir de una primera elaboración al aire libre, sino que resultaría ser –lo que le daría otro interés– una acuarela con la frescura de la inmediatez atmosférica.
Respecto a la localización, Venecia, responde a su traslado a Italia en 1872 junto con Fortuny, y su fascinación por dicha ciudad, de la que hizo abundantísimas vistas que supo comercializar con éxito y que, aun con la acusación de repetitivas, posibilitaron que algún crítico como Émile Bergerat le comparara a Guardi por su toque «fogoso, vivo, atrevido... como el del maestro»1. Incluso muerto Fortuny sigue acudiendo todos los veranos desde 1879 (excepto los de 1887 y 1893) a la ciudad de los canales, alquilando un viejo palacio para poder estar cerca del palacio Matinegno della Palle, residencia de la viuda de Fortuny, Cecilia Madrazo, quien también allí consiguió que la ciudad resultara un polo de atracción para los españoles fortunescos. E incluso Martín Rico pasa los años finales de su vida en dicha ciudad italiana, donde precisamente fallece el 13 de abril de 1908. Pero en la etapa anterior, la de sus veranos venecianos, el pintor salía en góndola (sobre todo los días soleados) y tomaba los correspondientes apuntes, aunque en general estas obras las concluía en París. Y aún más recientemente se ha señalado de estas vedute de Rico que, aunque dominadas por la intrascendencia de lo decorativo, recogen en cierto modo algo de la magia espiritual del paisaje de fin de siglo.
Esteban Casado