Vista del puerto de Miravete, camino antiguo de Madrid
Manuel Barrón y Carrillo

Vista del puerto de Miravete, camino antiguo de Madrid

1869
  • Óleo sobre lienzo

    72 x 105 cm

    CTB.1998.10

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

La personalidad artística del paisajista sevillano Manuel Barrón es bien conocida a través de sus obras más características, generalmente vistas reales o fantaseadas de alrededores de poblaciones andaluzas, dispuestas desde perspectivas panorámicas de campo abierto y horizonte bajo, con masas de arboleda y lejanías urbanas, pobladas siempre de pequeños personajes y fechadas casi todas en la década de 1850.

Sin embargo, apenas se tienen testimonios de su producción final, habida cuenta de la longevidad de este artista, que murió en 1884, a los setenta años. Así, algunos autores han señalado un progresivo abandono de los postulados románticos, tan característicos de los paisajes de Barrón, hacia un tímido clasicismo descriptivo en obras de la década siguiente, como su interesante Vista de Sevilla con el Guadalquivir y el puente de Triana, de 1862, adquirida por la reina Isabel II. Dos años después participaría por única vez en una Exposición Nacional de Bellas Artes con Una posada del Huesúa, junto a la fábrica del Pedroso y Vista de la campiña de Córdoba , sin que casi se tenga noticia de su obra posterior.

Por esta razón, resulta de un interés muy especial el presente lienzo firmado en 1869, uno de los más tardíos conocidos hasta ahora de su autor y en el que, a pesar de la fecha avanzada, Barrón sorprende con su rendida fidelidad a los postulados más genuinos del romanticismo pintoresco puestos de moda treinta años antes, radicalmente opuestos a cualquier indicio clasicista, e incluso resuelto con una capacidad imaginativa y anecdótica más acentuada que en sus paisajes anteriores, varios de ellos protagonizados también por bandoleros y contrabandistas.

En esta ocasión, Barrón concibe su paisaje desde un punto de horizonte alto, desde el que se despliega una amplia panorámica montañosa del abrupto puerto de Miravete, en cuyo valle serpentea el «camino antiguo de Madrid», que comunicaba Extremadura con la capital atravesando los peligrosos parajes de la sierra cacereña del mismo nombre, y que era entonces terror de viajeros y escondrijo predilecto de bandoleros.

Así, en el primer término de la composición, Barrón describe, con bastante comicidad y eficacia narrativa, el asalto a una diligencia por un grupo de bandidos, concediendo a los personajes un protagonismo realmente inusual en las obras de este artista. El carruaje ha sido detenido por los bandoleros, que han hecho bajar a sus ocupantes. Apenas repuesta del sobresalto, una mujer tendida en el suelo, en medio del camino, es atendida por su acompañante. En el recodo, otra dama se lleva las manos a la cabeza ante el despojo que los asaltantes hacen de sus baúles. Tal atropello provoca el llanto de otra mujer, al fondo, y la rendida desolación de un viajero, sentado sobre su maltrecho equipaje.

Tanto la carga anecdótica infundida por Barrón a la escena de pillaje como la concepción grandiosa y potente de los diferentes elementos de la naturaleza, visible sobre todo en las imponentes montañas y subrayada también por las nubes rasgadas del cielo crepuscular, hacen recordar de inmediato el paisajismo pintoresco del primer romanticismo, puesto en boga tanto por los vedutistas extranjeros que viajaron a España en el primer tercio del siglo como por los más grandes maestros españoles de este género, como Eugenio Lucas y, sobre todo, Genaro Pérez Villaamil.

Por otra parte, en esta obra de madurez se advierte la evolución de Barrón en el tratamiento del color, ahora más tamizado, así como en el manejo de la luz, siempre caprichosa, pero resuelta aquí con sutiles juegos de transparencias y claroscuros, con los que da profundidad al paisaje y conduce la mirada del espectador hacia la lejanía.

Como testimonia la etiqueta que el cuadro conserva al dorso, fue regalado en 1875 por un desconocido Gerónimo S. Couder a su hijo Gerardo.

José Luis Díez