Acción cultural
Emblemas. Propuesta digital
Del 12 de abril al 28 de noviembre de 2021-
Con motivo del 10º Aniversario del Museo actualizamos la instalación Emblemas, que ha estado expuesta en la Sala Noble entre el 9 de marzo y el 9 de abril, con una propuesta digital accesible a todos los públicos en su formato on-line.
Esta versión on-line incluye las cuatro piezas de creación que homenajean a las cuatro obras emblemáticas de la Colección: Julia (Ramón Casas), La buenaventura (Julio Romero de Torres), Patio de la casa Sorolla (Joaquín Sorolla) y Santa Marina (Francisco de Zurbarán) e incluye parte de las transiciones sonovisuales que se activaban en sincronía para lograr el efecto envolvente en su exposición en la Sala Noble del Museo.
Creadas por los artistas del colectivo Transdisciplina: Azael Ferrer, Chinowski Garachana y Alejandro Lévar, esta creación experimental propone un viaje al interior simbólico de las obras originales, en cuyo envés se ocultan relatos implícitos y una materialidad latente que pulsa por ser revelada.
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Días y horarios:
A partir del 12 de abril de 2021
Lugar:
Formato on-line. Web del Museo
Ramón Casas Carbó. Julia, c. 1915
Entre la amplia producción pictórica de Ramón Casas tienen un especial protagonismo los retratos de tipos femeninos, que constituyeron la esencia misma de su actividad como cartelista, y que, por tanto, fueron también vistos a través de los pinceles del artista con una intención esencialmente sensual y decorativa.
Sin embargo, Julia puede ser interpretada más allá del motivo decorativo. Con los brazos en jarras y esa actitud desafiante en la mirada que nos interpela directamente, Julia es también un rostro que puede contener otros rostros, los de todas las mujeres en su enorme diversidad, con sus voces, sus personalidades singulares, sus ocupaciones, sus vidas expuestas y privadas, con lo que sabemos y, sobre todo, lo que no sabemos de ellas.
Francisco de Zurbarán. Santa Marina, c. 1640-1650
La historia de Santa Marina, recogida durante la Edad Media en varios libros dedicados a las vidas de santos, nos narra la leyenda de una niña que, para ser ingresada en un monasterio de monjes junto a su padre, ha de fingir que es un hombre a lo largo de toda su vida. Acusada de violar a una mujer y dejarla embarazada, es expulsada del monasterio viviendo en la más absoluta pobreza y pasando todo tipo de calamidades. Ante su estado cada vez más enfermizo, los monjes deciden recogerla de nuevo haciéndole trabajar en las labores más viles. A su muerte, se descubre que el monje Marino, es en realidad una mujer, injustamente culpada de un delito que no había cometido.
Su festividad se celebra el 18 de julio y sus atributos más frecuentes son un horno encendido, instrumento de su martirio, o tres manantiales, que, según la tradición, brotaron en la tierra al caer su cabeza tras ser decapitada.
Joaquín Sorolla y Bastida. Patio de la casa Sorolla, 1917
En 1909 Sorolla invirtió la mayor parte del dinero ganado en su exposición de Nueva York en la construcción de una casa diseñada por él mismo. En especial, se empeñó en el diseño del jardín circundante, siguiendo las costumbres valenciana y sevillana.
La pintura mantiene un equilibrio entre la solidez de los objetos, el brillo de la luz y el coloreado ambiente en el que se sumergen. La vibrante imagen da tal sensación de movimiento dentro de la composición que el espectador registra mejor el efecto de la luz sobre los objetos que su propia solidez física.
¿Cómo habría resuelto la pieza Sorolla con una tecnología visual actual?
Julio Romero de Torres. La buenaventura, 1920
En La Buenaventura, Julio Romero de Torres evidencia lo trágico del amor romántico. Una mujer en primer plano muestra su tristeza por un desamor sufrido, un estado de melancolía que
contrasta con la misteriosa sonrisa de la echadora de cartas. En segundo plano, una escena que, en un salto temporal cinematográfico, nos muestra la imagen del trágico abandono, en una Córdoba inventada pero reconocible que se compone como escenario mágico justo antes del anochecer.
La buenaventura es una puesta en escena cuya dramaturgia se revela en los detalles: las manos de la mujer abandonada, la carta que augura el futuro, los personajes en segundo plano, el Cristo de los Faroles como testigo mudo del drama.
Una mirada todavía más profunda sobre tales detalles nos permite incluso observar la trama del lienzo, la tramoya que nos descubre la cara oculta del relato.
Colección permanente con la colaboración de