Artistas
Eduardo Flórez Ibáñez
Nacido en Madrid a mediados de siglo, ya se le cita obteniendo el premio de medalla de tercera clase concedido en 1871 por la Sociedad de Fomento de las Artes, pero antes hubo de pasar por el aprendizaje en la Escuela Superior de Pintura, Escultura y Grabado y el discipulado con Carlos de Haes. Aunque la Exposición Nacional de 1873 no es de Bellas Artes sino de Fomento, hay también trabajos de artes liberales (sección quinta, grupo vigesimocuarto) entre los que expone Flórez (n.o 14, procedencia de Madrid) «Una acuarela» (n.o 25), consiguiendo medalla de cobre. Sigue exponiendo en las Nacionales y hasta el cambio de siglo lo hace en seis ocasiones más con un total de trece obras expuestas, paisajes asturianos casi en su totalidad: dos (n.os 91 y 92, Recuerdo de la Costa Cantábrica en Asturias y Campiña del Monasterio de Piedra) en la de 1876; cuatro (n.os 192 a 195, Playa de la Peñarronda en Asturias, Costa Cantábrica en Asturias, Labradores de la costa de Asturias y Río Berbesa en Asturias) en la de 1881; otros cuatro (n.os 226 a 229, Arroyo de Portezuelo, inmediato a Luarca, Barrio del Cambaral en la ría de Luarca, Valle de Otur, junto a Luarca y Playa) en la de 1884; una acuarela (Palacio Real de Aranjuez desde la Isla) en la de 1887; un nuevo paisaje (n.o 288, Cercanías de las Caldas de Oviedo) en la de 1890, cuyo catálogo anota, además de su nacimiento en Madrid y el correspondiente domicilio, una mención honorífica en la Exposición Universal de París, que es la de 1889 según especifica en el catálogo de la Nacional de 1895, donde le equivocan el apellido escribiendo «Flores» y a la que lleva un nuevo paisaje asturiano, Vista de Covadonga (n.o 317). Y ésta será la última obra que exponga en las Nacionales.
Pero sí que expuso en sociedades particulares, como la de Acuarelistas, el Círculo de Bellas Artes y hasta con algún galerista de la época como Hernández, presentando óleos y aguadas cuyos títulos ya diera Ossorio y Bernard: Playa de San Lorenzo de Tapia, Ría de Rivadeo, Marina, Un paisaje, Pablo y Virginia en la Moncloa, Cabanela, Orillas del Sil, Recuerdos del Cantábrico, Astillero de la Lineira en bajamar, La armonía, Una huelga, Dos pasajes del Quijote, Mar gruesa o Una mañana. Parece que fue sobre todo paisajista, e incluso alguna referencia posterior –como el catálogo de la exposición de aguadas y acuarelas de 1946– señala su importancia como marinista (probablemente por ser de este género su única obra allí expuesta), añadiendo que cultivó por igual la aguada y la acuarela. Ignorando el efecto de sus óleos, hemos de considerarle un aplicado practicante de la acuarela, ejercitada sobre todo en paisajes.
Esteban Casado