Artistas
Eustaquio Marín Ramos
Sanlúcar la Mayor (Sevilla), 1873 - San Sebastián, 1948
Su nacimiento el 3 de febrero de 1873 –hijo de Pedro Marín Álvarez y Dolores Ramos Sousa– en el pueblo sevillano de Sanlúcar la Mayor pudo condicionar una infancia que por otro lado tiene algo de fantasiosa a tenor del aura –un tanto legendaria– que rodea a los principales acontecimientos de esos años iniciales, vista desde una primera aproximación, más literaria que biográfica, que trazara la imaginativa pluma del fértil novelista y crítico de arte José Francés (Francés 1915b). Lector de novelas de contrabandistas para una familia gitana que se estremecía al oírle declamar, acordeonista y guitarrista autodidacta que antes de cumplir los diez años acompañaba ya los bailes caseros de sevillanas, el futuro pintor pasa por el Instituto y la Escuela Normal antes de prolongar una etapa gris y anodina aunque corta en su adolescencia, como mancebo de botica. Se atreve a romper con todo esto lanzándose a practicar el dibujo de una manera intuitiva, sin ningún tipo de aprendizaje, inspirándose en su vida anterior entre gitanos y bailarinas de caseta de feria y de patio andaluz.
Esa manera autodidacta de acercarse a la pintura –pese a algún consejo de José Villegas y la disciplina de copiar a Velázquez– apoyada en una fuerte convicción de lo que hacía aun con algún desmayo de ánimo y «dibujando más con los pinceles que con el carboncillo» (Cascales 1929), significaba afirmarse en un tipo de pintura tan valiente como original, goyesca sin conocer aún a Goya (poseedora del vigor agresivo de las fantasías goyescas) y relacionable con la sutileza de Carrière –asimismo sin conocerlo– y su ensoñadora bruma. Y hasta con Rembrandt y el «moderno» Brangwyn asocia Francés en su cosmopolita erudición el peculiar arte de Marín Ramos. Arte que traduce con verdad y consistencia el ser de Andalucía, la Andalucía mística y pagana al mismo tiempo, Andalucía sensual y romántica, centrándose sobre todo en las danzarinas, o sea, las «bailaoras de tablao».
La magia y la fantasía que afloran en la pintura de Marín son adecuadamente percibidas y descritas (Cascales 1929) cuando se anota el aspecto de borrón que en una primera impresión adquieren sus pinturas, para luego ir distinguiéndose poco a poco confusas formas y finalmente captarse las figuras perfectamente detalladas, con un sentido del movimiento tal que parecen dotadas de vida, como si realmente corriesen, bailasen o hablasen.
Afianzado ya en su carrera se presenta a la Nacional de Bellas Artes de 1906 con Juerga gitana (170 x 195 cm, n.o 669), cuyo asunto remite a las experiencias vitales de sus primeros años aunque ello no le valga para conseguir premio. Hasta once años después no repetirá la experiencia –e igualmente sin provecho en cuanto a recompensas– al concurrir a la de 1917 con Una cabeza gitana (33 x 25 cm, n.o 315) y Feria de Sevilla (81 x 100 cm, n.o 316). Entre tanto ha expuesto en mayo de 1910 en Huelva, en el Círculo Mercantil, dejando marcada huella en los jóvenes artistas locales, particularmente en Manuel Cruz Martínez, que adoptará del sevillano una pincelada vibrante y matérica, rica en contenidos pictóricos –según Velasco– a la vez que asumirá sus procedimientos modernistas e incluso ciertos contenidos expresionistas, es decir, un desgarrado lirismo en las composiciones, tal como sucede con otro pintor que influye en el onubense, Zuloaga. En el mismo 1910 expone en el Salón Iturrioz de Madrid con favorable acogida; lo mismo sucede en Barcelona y al año siguiente en París, aquí con un éxito tal que prestigiosas revistas elogian su pintura, la cual pasa a cotizarse en cuatro y cinco mil francos por cada uno de aquellos cartones. Ello le animaría a residir en esa capital de 1911 a 1915, aprovechando para hacer numerosos viajes (al parecer, visitando incluso Roma), pero también para la decoración completa de un café parisino titulado «La Feria» con asuntos tomados de la propia Feria sevillana, siendo «obra que llamó extraordinaria y justamente la atención de los inteligentes», según los tópicos elogiosos que se vertían en la bibliografía de la época (Cuenca). La confesa fuente de noticias de este último, que es José Francés aunque lo cite con el pseudónimo de Silvio Lago, anota por su parte del arte de Marín, que «le produce miles de francos en la casa de un marchante parisién, londinense o muniqués, y que le vale unos groseros y estúpidos comentarios en la España exaltadora de políticos, toreros y cupletistas».
En estos mismos años en que se vuelca en exposiciones, vuelve a exhibir obra en 1915 en Madrid, en un «saloncito bastante absurdo del Ateneo» y a continuación, en octubre –muestra que motiva la crónica de Francés–, en la Sala Vilches «a todo honor de presentación» (galicismo que ya va entrecomillado en el escritor). Pinturas que se llegan a ver en ese momento en el Ateneo son La gitana y sus huestes, Estudio de luz, El café de Novedades de Sevilla, La Rafaela, Café cantante, En el templo, El «conoceor» de la ganadería, El «tablao» de Novedades, De la feria de Sevilla, Una juerga, La noche de San Juan en la Alameda de Hércules, La feria, La «mercé», Los gauchos de las buñolerías, La Carmen, Bailaoras de la feria, Al caer de la tarde, En casa de la Joaquina, Feria andaluza, Apartando un toro, En el Prado de San Sebastián, La insistencia del gaucho, Un rincón de la Cava, La hora de la compra, Veraneo sevillano, y otras. Y aun llegó a exponer nuevamente en Madrid, en el Salón Artístico el año 1920.
Otras obras aparte de las citadas son Boda gitana, Prended al amo, Después de la boda, Después de una bronca, Tango argentino, El gaucho y la señorita, La taberna de Quintero, ¡A escena!, El favorito o Zambra gitana. Una más, La primavera en Sevilla, viene reproducía en la portada de Europa, revista semanal de cultura popular, n.o 11, 1/V/1910. En cuanto a retratos, se le citan los de Rosita Pacheco, D. Pedro Bueno, Javier de la Fisca, conde de las Atalayas, ubicados en Sevilla, y el de Agustín Tolosa, antes en colección parisina.
Según información transmitida por los descendientes del artista, Eustaquio Marín Ramos falleció en San Sebastián el 16 de mayo de 1948, siendo enterrado al día siguiente en el cementerio de Polloe. Conocemos su imagen gracias a fotografías familiares y al retrato que le hizo José Villegas (recordemos el dato de los consejos dados por este otro sevillano y cosmopolita según la biografía del sevillano de menor proyección) en 1900 con dedicatoria incluida que guarda el Museo de Huelva (óleo/lienzo de 60,2 x 43,2 cm, firmado, fechado y dedicado: «A mi querido amigo / Eustaquio Marín / en recuerdo del corto tiempo que hemos / pasado juntos en la / casa de Pilatos / Sevilla / Septiembre 1900 / Villegas»).
Esteban Casado