Artistas
Joaquín Turina y Areal
Sevilla, 1847 - Sevilla, 1903
Joaquín Turina y Areal, de ascendencia italiana, pasó a la historia de la pintura sevillana como uno de los últimos continuadores decimonónicos de las escenas costumbristas, sin que se conozca de manera precisa ni la mayor parte de su producción ni muchos pormenores de su biografía, debido a la escasa repercusión de su obra. Casado con Concepción Pérez, natural de Cantillana (Sevilla), el 9 de diciembre de 1882 sucedió lo que más fama dio al pintor en toda su vida: el nacimiento en su casa de la hispalense calle Ballestilla de su hijo Joaquín, uno de los músicos españoles de mayor celebridad de su tiempo.
Alumno, al parecer desde los nueve años, de la Escuela de Bellas Artes hispalense, donde se formó con artistas como Manuel Cabral Aguado Bejarano (1827-1891) y Manuel Wssel de Guimbarda (1833-1907), debió aprender con ellos su arte y contagiarse de sus intereses, por lo que se deduce de las pocas obras que hoy se conocen de él. De su producción más temprana se sabe que pintó obras devocionales y también pinturas de frutas y de flores.
Participó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1881 con Los dos extremos, y acudió también a la Exposición de Chicago de 1893 con Desembarco de Colón en Palos a su regreso de América.
Su labor fundamental consistió, durante toda su vida, en la producción de escenas de carácter costumbrista, tan arraigadas en Sevilla desde el romanticismo, con fines puramente comerciales e intenciones meramente decorativas, que su representación en museos o instituciones públicas es nula. Se conocen también algunas otras pinturas teñidas de cierto carácter histórico –La ronda nocturna encontrando el cadáver de Escobedo o Un episodio de la sublevación cantonal en 1873– pero sobre todo centradas en aspectos anecdóticos y superficiales del pasado sevillano, como Martínez Montañés viendo salir la procesión de Jesús de Pasión (Sevilla, Hermandad de Pasión) o Cómo se divierten (Madrid, mercado del arte, 1999), en la cual un escritor recita unos pliegos en la corte de un noble cuyo escudo pende bien visible sobre la chimenea, en una sala repleta de personajes tomados de la tradición retratística española del Siglo de Oro. Realizó también escenas de tipos, como demuestra Una boda (Madrid, mercado del arte, 1999), de factura más descuidada, o un exquisito par de acuarelas en las que el artista demuestra ampliamente los límites de su habilidad en el manejo de esa técnica, y que representan a Un garrochista (Madrid, mercado del arte, 2000) y a Una mujer con mantilla (Madrid, mercado del arte), e incluso llegó a realizar escenas orientalistas, inspiradas en la visión norteafricana que popularizó Mariano Fortuny entre los pintores españoles.
Carlos G. Navarro