Ricardo Verdugo Landi
Buscando conchas en la playa
c. 1920-1930-
Óleo sobre lienzo
50 x 80 cm
CTB.2001.5
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© Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga
En Málaga la marina fue una categoría temática que alcanzó la determinación de escuela gracias al magisterio de Emilio Ocón y, hoy día, se habla de la Escuela de marinistas malagueños con propiedad, al haber conseguido sus miembros aglutinar una serie de características comunes que unifican sus estilos.
De entre todos ellos, y después de Emilio Ocón, los que más se comprometieron con los intereses de la pintura moderna de su tiempo fueron José Gartner y Ricardo Verdugo Landi. Sin duda, este último entendió mejor las inquietudes de la modernidad intelectual de su momento y buceó en los principios de la tragedia paisajística española a partir de los recursos que le facilitaban el mar y los litorales, especialmente los españoles.
Las marinas de Verdugo Landi suelen estar centradas en el mar y sus accidentes costeros, cuanto más agresivos y dramáticos mejor, pero no desestimó relatar a través de este medio físico otras historias más amables, en las que las embarcaciones o las actividades marineras estuvieran presentes.
En esta segunda línea se encuentra la obra que comentamos, delicioso apunte de una playa en la que la población vecina se vuelca casi en estrecha fusión con ella y testimonia su dependencia al medio por los recios muros de la fortaleza, que la convierte en punto de estrategia defensiva de la costa.
Lo que en otras ocasiones es recurso de dramatización, aquí se convierte en plataforma de una narrativa festiva que alude al ocio y al descanso. Me estoy refiriendo a esa jerarquizada mancha de roquero sobre la playa, que no está elegida para contar la agresividad de un paisaje rocoso sino para permitir desarrollar actividades cotidianas como el marisqueo o juegos de niños.
Los personajes apuntados sobre la arena nos relatan, igualmente, una actividad social que se va imponiendo en el país desde principios del siglo XX, como es la de ir a la playa, o la del veraneo, haciendo que la obra se convierta en testimonio de una situación social y unas circunstancias culturales en las que el ocio y la salud se ponían en práctica como ejercicio de progreso y modernidad.
En cuanto a la técnica, el pintor se muestra en esta ocasión muy ligero, actuando con mucha espontaneidad y frescura, evidenciándonos una observación directa y un trabajo de inmediatez interpretativa.
Si no fuera por el tamaño del lienzo, podríamos pensar que estamos ante un apunte del natural, sin mayores pretensiones que el ejercicio de pintor, sin embargo, las dimensiones hacen pensar en otra intención: la de incluirse en esa línea pictórica moderna que no atiende a demasiadas normas y que busca los intereses del cuadro en los efectos lumínicos y las posibilidades que le ofrece el uso de gruesos empastes. Éstos están conseguidos a partir de una técnica basada en pequeños y robustos toques de pincel que aplican abundante pasta y consiguen descripciones certeras.
El discurso del cuadro es en realidad el de la atmósfera y la luz, el de la inmediatez de lo registrado, el de la fuerza del color y de las manchas constructivas, dejando en un segundo plano las anécdotas que se desarrollan en ese espacio, desde las protagonizadas por los personajes que ocupan el lugar a las puramente físicas que determinan la personalidad del territorio.
Dada la temática y las características técnicas de la obra, se puede pensar en una dependencia de modelos valencianos o catalanes, más de los primeros, por parte de Ricardo Verdugo Landi, que se mueve en este cuadro de una forma menos localista y sí muy influenciado por una corriente paisajística que a principios del siglo XX practicaron pintores adscritos a la mediterraneidad; pero más bien a la que se acerca a posiciones comerciales y ligeras, aunque no exentas de compromiso con la modernidad.
Su cronología puede moverse entre 1920 y 1930.
Teresa Sauret Guerrero