José Jiménez Aranda
Escena de El Quijote: Don Quijote y Sancho en la venta
s.f.-
Gouache sobre papel
18 x 23 cm
CTB.1995.151
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© Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga
Desde sus inicios creativos, este fecundo artista sevillano estableció una intensa relación: pintura-literatura, binomio que mantendrá en buena parte de su producción. Esto se debe sin duda a su vinculación con una época en la que los temas literarios constituían una temática valorada en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes como consecuencia del éxito de la pintura de historia de la que de algún modo deriva.
Su formación artística estuvo condicionada por el aprendizaje y la práctica del dibujo de tradición académica, de cuya destreza dio muestra precoz siendo muy joven. No en balde, sus prestigiosos profesores en la Escuela Profesional de Bellas Artes, centro dependiente de la Academia de Primera Clase de Sevilla, Joaquín Domínguez Bécquer y Eduardo Cano, eran director de Dibujo y titular de la clase de Principios de Dibujo, respectivamente.
El dibujo y sus distintas variantes fue, pues, la técnica que empleó con acierto y seguridad para llevar a cabo las diversas ilustraciones de obras literarias. Éstas, se habían convertido en el siglo XIX en el intermedio puramente técnico entre el papel y la realidad o la imaginación del escritor. Es la centuria de la narración, de la historia y de la novela, cuando la prensa, las revistas y los libros de variada temática acapararon la atención de un lector ávido por captar las acciones de los textos, especialmente épicas o simbólicas, mediante dibujos e ilustraciones gráficas.
En Jiménez Aranda estas últimas se mueven entre lo romántico y lo realista, por lo que pueden calificarse de postrománticas y eclécticas al mismo tiempo; ya que, si por una parte acusan evidentes convencionalismos románticos por el sentimiento que las embarga; por otra, comparten también una notable objetividad proveniente de nuevas ideologías y de la proliferación de publicaciones desde los años sesenta.
No deben olvidarse tampoco las experiencias de nuestro pintor fuera de España: su estancia en París (1881-1890), que le puso en contacto con el naturalismo galo, lo que no deja de ser un dato más a tener en cuenta –con matices– en el análisis de algunas de sus ilustraciones de obras literarias.
También cabe señalar su adscripción a la estética del simbolismo desde el último cuarto de siglo; y no deben soslayarse, en fin, los modernos avances técnicos que darán paso al novecientos.
En 1847, diez años después del nacimiento de Jiménez Aranda, el marqués de Salamanca encargaba la primera obra conocida de tema cervantino al pintor sevillano Antonio Cabral Bejarano. Veinte después, nuestro artista acometía sus primeros dibujos del Quijote tal vez animado por la reciente publicación (1863) de la edición de Gustavo Doré, y con la intención de interpretar, que no publicar de momento, una versión más española de la realidad, según contenía el texto del universal escritor. De estas mismas fechas serían sus primeros óleos sobre lienzo.
La ilustración que nos ocupa tiene como argumento un episodio de la novela de Cervantes, titulado «Don Quijote y Sancho en la venta», correspondiente a la I Parte, 3ª parte, cap. XVII: «y luego dijo sobre la alcuza más de ochenta Pater-nosters, y otras tantas Ave-Marías, Salves y Credos, y a cada palabra acompañaba una cruz a modo de bendición: a todo lo cual se hallaron presentes Sancho, el ventero y el cuadrillero…».
La escena se desarrolla en el interior de la venta, en la que los personajes se sitúan ante una rústica chimenea encendida y en derredor de una mesa, en uno de cuyos filos se sienta Don Quijote para dirigirse a sus contertulios. La luz entra por un escueto ventanal abierto en la pared derecha colaborando al ambiente de expectación existente.
Gerardo Pérez Calero