Emilio Ocón y Rivas
Gran velero saliendo del puerto de Sevilla. Al fondo la Torre del Oro
c. 1874-
Óleo sobre lienzo
56 x 95 cm
CTB.1994.49
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© Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga
La carrera de Emilio Ocón se inicia en 1863, cuando tras terminar sus estudios de náutica es llamado a Madrid por Carlos de Haes, que lo encauza por la marina y recomienda el complemento de su formación en los Países Bajos, participando en las actividades de la Escuela de La Haya a través de sus maestros holandeses. De regreso a Málaga, emprende viaje por Centroeuropa a partir de 1873, volviendo a la ciudad andaluza de nuevo en 1874, aunque por los títulos de sus obras se deduce que se movió por Andalucía y le interesaron las costas del Estrecho.
El tema de la obra que comentamos, Gran velero saliendo del puerto de Sevilla. Al fondo la Torre del Oro, nos hace deducir que en su periplo andaluz estuvo incluida Sevilla, en donde pintó la única marina que se conoce de su catálogo que tenga como fondo arquitectónico esta ciudad.
Esta «marina fluvial» está construida a partir los principios compositivos y formales que aprendió en Holanda, pudiéndose relacionar la composición y el colorido con otras obras que realizó durante su período holandés, algunas conservadas en el Museo de Bellas Artes de Málaga y otras en colecciones particulares malagueñas.
Aunque el brío de la pincelada, que es capaz de concretar los brillos del agua con una soltura y eficacia que convierten esa zona del cuadro en una excelente muestra de esa pintura que por encima del tema valoraba los recursos pictóricos de la mancha, y hace que la obra se pueda adscribir al paisaje realista, hay demasiadas notas que nos recuerdan los intereses del paisajismo romántico. Tal es el caso del protagonismo de los barcos y de las velas, que centradas en la composición jerarquizan el paisaje, o esos hitos monumentales, de tanta significación como son la Torre del Oro y al fondo la Giralda, y que fueron tan usados en las vistas del romanticismo sevillano de un Domínguez Bécquer o incluso Pérez Villaamil; elementos ambos que cargan de significación a la imagen.
Todo ello nos está planteando un juego entre lo viejo y lo nuevo, por otra parte usado habitualmente en Ocón, que aleja a la obra de un realismo estricto y la incluye en ese moderantismo, que gustan llamar realismo burgués, y que no deja de ser otra forma de llamar al eclecticismo del último tercio del siglo.
Al margen de esa valoración, la obra gana personalidad por el toque y el color, excelentes elementos que se han puesto al servicio de un tema que refleja una inmediatez y una realidad, no exenta de evocación, pero en donde priman los valores pictóricos más que los literarios.
Ocón se muestra muy cómodo en el cielo y en el agua del río, en los que mancha con eficacia y mezcla los tonos con gran resolución, consiguiendo ocupar las dos zonas más importantes de azules, sabiamente matizados y graduados, utilizando una pincelada muy suelta que invita a pensar en una toma directa de natural.
La ciudad y los barcos son las anécdotas que marcan una narrativa, incluso frivolizada por la presencia de los barqueros del primer plano, que singularizan el lugar representado. No en vano, Sevilla está tan connotada de evocaciones literarias que hace difícil marcar distancia con la imagen, e indefectiblemente nos implica en una sugerencia de lo festivo y luminoso. Se trata, por otra parte, de un discurso que no aleja al autor de saber concretar las esencias de un lugar transmitiendo una realidad de él, y con ello actuar dentro de las coordenadas del arte más actual de su tiempo.
Teresa Sauret Guerrero