La maja del perrito
Eugenio Lucas Velázquez

La maja del perrito

1865
  • Óleo sobre lienzo

    100 x 150 cm

    CTB.2001.22

  • © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga

  • Audioguía

La exaltación de la maja, como prototipo femenino por excelencia del casticismo de raíz goyesca, fue una constante de los artistas del siglo XIX marcados por la impronta de Goya y, por tanto, protagonista asidua de la pintura de Eugenio Lucas, sin duda el más fiel intérprete del universo estético del genial aragonés en el romanticismo español.

En efecto, en la obra de Lucas son especialmente frecuentes sus pintorescas escenas de majas, casi siempre emparejadas o en grupo, ejerciendo sus artes de coqueteo galante, cuando no de descarada provocación, que le dieron gran éxito entre la clientela de su tiempo, constituyendo una parte fundamental de su producción; faceta que viene a culminar este importante lienzo, virtualmente inédito hasta ahora y, desde luego, el más ambicioso y espectacular de este género conocido del artista.

En él aparece una maja joven, sentada en un despejado paisaje campestre, junto a un río, y recostada en una peña. Posa con gesto sereno, peinada con un llamativo cardado de su cabello negro, a la moda de 1785-1790, adornado con una «caramba» –tocado de rasos y encajes de febril de moda durante esos años, aunque entre damas de cierta clase, con grandes lazos que le caen tras el cuello.

Sus ropas son igualmente vistosas, luciendo una torera abierta, que deja ver el generoso escote del vestido, de una sensualidad evidente, que se pliega a las sugerentes formas de su cuerpo, ceñido por un ancho fajín. Calzada con chapines de raso con hebillas, se envuelve en un chal rojo que deja caer a su espalda. A su lado, un perrillo de lanas, de mirada despierta y atenta, fija sus rutilantes ojos negros al frente, captando de inmediato la atención del espectador.

Al otro lado del río se adivinan las figuras de unos mayorales apacentando una torada, ante un amplio celaje nuboso, de luz crepuscular.

Verdaderamente, el presente lienzo es muy singular dentro de la fecundísima carrera de Eugenio Lucas ya que, por un lado, se trata del único ejemplo conocido hasta ahora, por su composición y considerable formato, en que el artista se muestra más cercano al modelo goyesco inmortalizado en la Maja vestida, a la que inevitablemente recuerda, tanto en detalles de su indumentaria como en la actitud de su pose, en este caso con una provocación sensual más velada y contenida, e insistiendo fundamentalmente en detalles del pintorequismo de su aspecto y su colorista atuendo, completado con aderezos decorativos al uso, como el abanico y la flor que sujeta en las manos.

Por otra parte, resulta muy curiosa la transposición a un ámbito rural de un modelo femenino esencialmente urbano, que por la implicación erótica de su carácter y la proximidad cómplice con que se muestra al espectador, suele recluirse en la penumbra del interior de una estancia, como sucede en otros lienzos del propio Lucas de temática semejante, si bien en ellos el protagonismo del desnudo es mucho más evidente. Por el contrario, el presente cuadro guarda una mayor relación con otro pequeño, titulado Maja en el río y firmado por el artista en 1854, de pretensiones mucho menores, pero en el que la modelo, de facciones similares, posa también ante un celaje cubierto de nubes y junto a las aguas de un caudaloso río.

Desde el punto de vista plástico, Lucas muestra en esta pintura la mejor riqueza de su paleta en zonas como el brazo izquierdo de la maja, de gran jugosidad y brío de toque en la materia de los empastes, los reflejos tintineantes de las joyas, telas y metales, y la brillantez del colorido, de gran viveza y contraste en su vestimenta, que incluso llega a evocar la técnica de algunos cartones de Goya, así como en los tonos plateados del celaje cubierto, sugiriendo en su gradación un bello efecto de lejanía, resuelto todo el paisaje y las figuras del fondo con una técnica fluida y libre, que se vuelve mucho más concreta e insistida en el rostro de la mujer y en el modelado de su anatomía a través de los pliegues del vestido. La inexpresividad algo indolente de su rostro contrasta con la viveza del simpático perrillo que la acompaña, captado con una sorprendente instantaneidad y que, como detalle de coquetería femenina, aparece igualmente en algunos retratos de Goya.

Los rasgos de la modelo, que repiten las facciones de uno de los prototipos femeninos habituales del pintor, se han pretendido identificar con los de Francisca Villaamil, compañera de Eugenio Lucas y madre de sus hijos, sin razón alguna que lo justifique, ya que no existe ningún retrato seguro de esta mujer que permita ni siquiera sugerirlo.

Finalmente, la aparición de este lienzo de Lucas supone un muy interesante eslabón en la evolución del prototipo iconográfico de la maja tendida en reposo, como protagonista absoluta y única del cuadro, en la pintura romántica española, vista como un símbolo de provocación del deseo erótico o simple exaltación de la feminidad como objeto de deleitación visual, que le hace entroncar directamente con otros lienzos del romanticismo más castizo, como la Maja sevillana de Gutiérrez de la Vega o la Maja desnuda de Antonio María Esquivel, mostrando además en esta ocasión la singularidad de hallarse vestida, acrisolando así un tipo femenino genuinamente español frente a los artistas posrománticos más cosmopolitas, como Federico de Madrazo, Rosales o Fortuny, que lo transformarían ya en exóticas odaliscas.

José Luis Díez