Adolfo Giráldez Peñalver
Puerto de Sevilla
s.f.-
Óleo sobre lienzo
60 x 100 cm
CTB.1995.149
-
© Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en préstamo gratuito al Museo Carmen Thyssen Málaga
El ensanchamiento del río Guadalquivir en todo el primer término sirve para contraponer la gran masa de agua, que ocupa casi la mitad inferior del cuadro, con el celaje superior, que se apodera de la otra mitad. Y ello debido a que lo construido y la masa arbórea se reducen grandemente de acuerdo con una perceptible convergencia de diagonales: las inferiores, originadas por las líneas en fuga de las orillas, y las superiores, por las gradientes o declives de ambas «líneas del cielo» interrumpidas tan sólo en algún punto por las torres. El punto de convergencia de tales diagonales o, de otra manera, la intersección en ese esquema en «X» abierta, lo constituye uno de los tres referentes arquitectónicos sevillanos, el famoso puente de Triana o de Isabel II, que es uno de los más antiguos en hierro de entre los conservados en España, de interesantes soluciones constructivas y sobre todo de gran belleza y calidad en su diseño. Las otras dos conocidas y emblemáticas construcciones hispalenses vienen a continuación según miramos a la derecha, y son las dos torres almohades: en el Arenal, la Torre del Oro, albarrana de fortificación coracha (era para acceder al agua desde el desaparecido recinto defensivo) y, hacia dentro, la Giralda o antiguo alminar superviviente de la mezquita almohade.
Más allá de la viva nota de color que introducen los tres pequeños pabellones con tejado azul, el pintoresquismo y una cierta sensibilidad romántica radican en la presencia de esos barcos de desnudos mástiles que ya se incorporan con sus chimeneas al mundo del vapor.
La bella aunque fría gama cromática en grises y la luz ambiental del día nublado que se refleja en el agua sólo tienen una puntual competencia en el verde opaco de la arboleda del lateral derecho. Y en lo que respecta al dibujo, el seco descriptivismo de los elementos ayuda asimismo a ese cierto aire congelado de la composición, al que tampoco es ajeno la total ausencia de personas o seres vivos de cualquier clase si exceptuamos, claro está, los vegetales.
Catalogado como marinista, sus vistas de barcos en el Guadalquivir o, para más precisión, del puerto fluvial de Sevilla debieron de ser abundantes a tenor del temprano testimonio –de 1923, prácticamente en vida del artista– de F. Cuenca en su Museo de pintores y escultores andaluces contemporáneos, donde afirma que Giráldez (a quien Cuenca confiesa haber llegado a conocer) se dedicó en Barcelona a pintar vistas del Guadalquivir con la Giralda y la Torre del Oro que reproducía de memoria con extraordinaria facilidad y notable ejecución. De estos lienzos, añade, hay multitud en Barcelona, pues pintaba para una casa de comercio de cuadros que se los pagaba a cincuenta pesetas y los vendía por 300 y 400. Tal era su solicitud, concluye en este apartado el estudioso. Y en efecto, de ello puede dar también testimonio, aparte de la obra que aquí se cataloga, Barcos en el Guadalquivir. De otro tipo son, sin embargo, las representaciones de barcos, generalmente vapores, «retratados» por encargo de sus armadores, y que constituyen la segunda vertiente de sus marinas.
Esteban Casado